Viaje a Itaca

jueves, 31 de enero de 2008



Cuando partas hacia Ítaca

pide que tu camino sea largo

y rico en aventuras y conocimiento.

A Lestrigones, Cíclopes

y furioso Poseidón no temas,

en tu camino no los encontrarás

mientras en alto mantengas tu pensamiento,

mientras una extraña sensación

invada tu espíritu y tu cuerpo.

A Lestrigones, Cíclopes

y fiero Poseidón no encontrarás

si no los llevas en tu alma,

si no es tu alma que ante ti los pone.

 

Pide que tu camino sea largo.

Que muchas mañanas de verano hayan en tu ruta

cuando con placer, con alegría

arribes a puertos nunca vistos.

Detente en los mercados fenicios

para comprar finos objetos:

madreperla y coral, ámbar y ébano,

sensuales perfumes, -tantos como puedas-

y visita numerosas ciudades egipcias

para aprender de sus sabios.

Lleva a Itaca siempre en tu pensamiento,

llegar a ella es tu destino.

No apresures el viaje,

mejor que dure muchos años

y viejo seas cuando a ella llegues,

rico con lo que has ganado en el camino

sin esperar que Itaca te recompense.

 

A Ítaca debes el maravilloso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino

y ahora nada tiene para ofrecerte.

Si pobre la encuentras, Itaca no te engañó.

Hoy que eres sabio, y en experiencias rico,

comprendes qué significan las Ítacas.

 

Konstandinos Kavafis




Viatge a Itaca por Lluis Llach

Charley Toorop

miércoles, 30 de enero de 2008




Mundo

Haikus

martes, 29 de enero de 2008


Qué distinto el otoño

 para mí que voy

 para ti que quedas

         Masaoka SHIKI

 

De no estar tú,

 demasiado enorme

 sería el bosque.

      Kobayashi ISSA

 

La carta

Busco en vano en la carta

de adiós irremediable

La huella de una lágrima…

 

El Saúz

Tierno saúz

Casi oro, casi ámbar,

Casi luz…

Identidad

Lágrimas que vertía

La prostituta negra,

Blancas…, ¡como las mías…!

 

La luna

Es mar la noche negra;

La nube es una concha,

La luna es una perla…

José Juan Tablada México (1871-1945)

 

¡De amarillo calabaza,

en el azul, cómo sube

la luna sobre la plaza!

 

Encuentro lo que no busco:

Las hojas de toronjil

Huelen a limón maduro.

Antonio Machado, España 

 


Hoy no me alegran

Los almendros del huerto.

Son tu recuerdo.

 

La vieja mano

Sigue trazando versos

para el olvido.

Jorge Luis Borges Argentina (1899-1986)

 

 

Calma

Luna, reloj de arena:

La noche se vacía,

La hora se ilumina.

 Octavio Paz México (1914-1998)

 

 

Una campana

Tan sólo una campana

Se opone al viento.

Mario Benedetti ,Uruguay  (1920-)

 

 

La tarde es ya

Una imagen: tu mano

Sobre la rosa.

Felipe Benítez Reyes , España(1960-)

  

 

Puestos en fila,

los árboles parecen

bajar la sierra.

Manuel Sánchez Argentina

Para Arcángel González

domingo, 27 de enero de 2008


1

Bendita sea la canción desnuda

sin el beso de Judas Gamoneda,

maldita santa Rita en almoneda

con medalla de boina tartamuda.


Bendito calcetín sin fe ni muda,

huésped contrito del amor en veda,

galletas con café, lija de seda,

sin Cristo, ni Yahvé, ni Freud, ni Buda.


¿Qué será de mis íes sin tus puntos,

de mi solo de baba sin adjuntos,

de la Kontiki a solas con tu silla?


Ángel querido, ¿quién vacuna ahora

mi sarpullido al margen de la aurora,

mi verso tan viudo y con ladillas?


2

A la hora de don Juan y de don Mendo,

de Bradomín, del carro de Pandora,

del sarro de la nuit que nos devora

nunca te oí decir: vámonos yendo.


Arcángel de la duda en comandita,

posguerra del dos mil, difunto mío,

por los baipases del escalofrío

se desangra mi sangre huerfanita.


Este año que nació sin primavera

murió de viejo tan recién nacido

como el olvido al pie de una escalera.


González en goliardo, qué apellido

bastardo del marido de cualquiera,

qué muerte al por mayor, qué sinsentido.

Joaquín Sabina

Último poema

sábado, 26 de enero de 2008



No hay prisa,

deja que pasen estos días,

deja que pasen estos años

y entretanto

agradece el regalo de la luz

de diciembre,

tan discreto

y transparente.


Deja que pasen estos años,

son pocos,

se paciente

y espera con la seguridad

de que con ellos

haya pasado

definitivamente

todo.

Ángel González

Necios que acusáis

lunes, 21 de enero de 2008

Arguye de inconsecuentes el gusto

y la censura de los hombres que en

las mujeres acusan lo que causan

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis:


si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?


Combatís su resistencia,

y luego con gravedad

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.


Queréis con presunción necia

hallar a la que buscáis,

para pretendida, Tais,

y en la posesión, Lucrecia.


¿Qué humor puede ser más raro

que el que falta de consejo,

él mismo empaña el espejo

y siente que no esté claro?


Con el favor y el desdén

tenéis condición igual,

quejándoos, si os tratan mal,

burlándoos, si os quieren bien.


Opinión ninguna gana,

pues la que más se recata,

si no os admite, es ingrata

y si os admite, es liviana.


Siempre tan necios andáis

que con desigual nivel

a una culpáis por cruel

y a otra por fácil culpáis.


¿Pues cómo ha de estar templada

la que vuestro amor pretende,

si la que es ingrata ofende

y la que es fácil enfada?


Mas entre el enfado y pena

que vuestro gusto refiere,

bien haya la que no os quiere

y quejaos enhorabuena.


Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas,

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.


¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada,

la que cae de rogada

o el que ruega de caído?


¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga

o el que paga por pecar?


Pues ¿para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis.


Dejad de solicitar

y después con más razón

acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar.


Bien con muchas armas fundo

que lidia vuestra arrogancia,

pues en promesa e instancia

juntáis diablo, carne y mundo.


Sor Juana Inés de la Cruz

Juana de Asbaje y Ramírez (¿1648?-1695)

Alarico y los Godos

domingo, 20 de enero de 2008

Cruce de caminos

viernes, 18 de enero de 2008

Entre dos filas de árboles, la carretera piérdese en el cielo, sestea un pueblecillo junto a un charco, en que el sol cabrillea, y una alondra, señera, trepidando en el azul sereno, dice la vida mientras todo calla. El caminante va por donde dicen las sombras de los álamos; a trechos para y mira, y sigue luego.

Deja que oree el viento su cabeza blanca de penas y años, y anega sus recuerdos dolorosos en la paz que le envuelve.

De pronto, el corazón le da rebato, y se detiene temblando cual si fuese ante el misterioso final de su existencia. A sus ' pies, sobre el suelo, al pie de un álamo y al borde del camino, una niña dormía un sueño sosegado y dulce. Lloró un momento el caminante, luego se arrodilló, después sentóse, y sin quitar sus ojos de los ojos cerrados de la niña, le veló el sueño. Y él soñaba entretanto.

Soñaba en otra niña como aquélla, que fue su raíz de vida, y que al morir una mañana dulce de primavera le dejó solo en el hogar, lanzándole a errar por los caminos, desarraigado.

De pronto abrió los ojos hacia el cielo la que dormía, los volvió al caminante, y cual quien habla con un viejo conocido, le preguntó: «¿Y mi abuelo?» Y el caminante respondió: «¿Y mi nieta?» Miráronse a los ojos, y la niña le contó que, al morírsele su abuelo, con quien vivía sola —en soledad de compañía solos—, partió al azar de casa, buscando... no sabía qué...: más soledad acaso.

—Iremos juntos; tú a buscar a tu abuelo; yo, a mi nieta —le dijo el caminante.

—¡Es que mi abuelo se murió! —dijo la niña.

—Volverán a la vida y al camino —contestó el viejo

—Entonces... ¿vamos?

—¡Vamos, sí, hacia adelante, hacia levante!

—No, que así llegaremos a mi pueblo y no quiero volver, que allí estoy sola. Allí sé el sitio en que mi abuelo duerme. Es mejor al poniente, todo derecho.

—¿El camino que traje? —exclamó el vejo—. ¿Volverme dices? ¿Desandar lo andado? ¿Volver a mis recuerdos? ¿Cara al ocaso? ¡No, eso nunca! ¡No, eso sí que no, antes morirnos!

—¡Pues entonces... por aquí, entre las flores, por los prados, por donde no hay camino!

Dejando así la carretera fueron campo traviesa, entre floridos campos —magarzas, clavelinas, amapolas—, adonde Dios quisiera.

Y ella, mientras chupaba un chupamieles con sus labios de rosa, le iba contando de su abuelo cómo en las largas veladas invernizas le hablaba de otros mundos, del Paraíso, de aquel diluvio de Noé, de Cristo...

—¿Y cómo era tu abuelo?

—Casi era como tú, algo más alto...; pero no mucho, no te creas..., viejo..., y sabía canciones.

Calláronse los dos, siguió un silencio y lo rompió el anciano dando a la brisa que iba entre las flores este cantar:

Los caminos de la vida,
van del ayer al mañana,
más los del cielo, mi vida,
van al ayer del mañana.

Y al oírle, la niña dio a los cielos como una alondra, esta fresca canción de primavera:

Pajarcito, pajarcito,
¿de dónde vienes?

El tu nido, pajarcito,
¿ya no le tienes?

Si estás solo, pajarcito,
¿cómo es que cantas?
¿A quien buscas, pajarcito,
cuando te levantas?

—Así era como tú, algo más chica —dijo llorando el viejo—; así era como tú... como estas flores...

—¡Cuéntame de ella, pues, cuéntame de ella!

Y empezó el viejo a repasar su vida, a rezar sus recuerdos, y la niña a su vez a ensimismárselos, a hacerlos propios.

«Otra vez...» —empezaba él, y ella, cortándole, decía: «¡Lo recuerdo!»

—¿Que lo recuerdas, niña?

—Sí, sí todo eso me parece cual si fuera algo que me pasó, como si hubiese vivido yo otra vida.

—¡Tal vez! —dijo el anciano pensativo.

—Allí hay un pueblo: ¡mira!

Y el caminante vio una loma humo de hogares. Luego, al llegar a su espinazo, al fondo, un pueblecillo agazapado en rolde de una pobre espadaña, cuyos dos huecos con sus dos chilejas, cual dos pupilas, parecían mirar al infinito. En el ejido, un zagalejo rubio cuidaba de unos bueyes que bebían en una charca, que, cual si fuese un desgarrón de tierra, mostraba el cielo soterraño, y en éste otros dos bueyes —dos bueyes celestiales— que venían a contemplar sus sombras pasajeras o darles nueva vida acaso.

—Zagal, ¿aquí hay donde hacer noche, dime? —preguntó el viejo.

—¡Ni a posta! —dijo el mozo—. Esa casa de ahí está vacía; sus dueños emigraron, hoy sirve nada más que de guarida para alimañas. Pan, vino y fuego aquí nunca se niega al que viene de paso en busca de su vida.

—¡Dios os lo pagará, zagal, en la otra!

Durmiéronse arrimados y soñaron, el viejo, en el abuelo de la niña, y ella, en la nietecita que perdiera el pobre caminante. Al despertar miráronse a los ojos, y como en una charca sosegada que nos descubre el cielo soterraño, vieron allí, en el fondo, sus sendos sueños.

—Puesto que hay que vivir, si nos quedáramos en esta casa... ¡La pobre está tan sola! —dijo el viejo.

—Sí, sí: la pobre casa... ¡Mira, abuelo, que el pueblo es tan bonito! Ayer, el campanario de la iglesia nos miraba muy fijo, como yendo a decir...

En este punto sonaron las chilejas. «Padre nuestro que estás en los cielos...» Y la niña siguió: «¡Hágase tu voluntá así en la tierra como en el cielo!» Rezaron a una voz. Y salieron de casa, y les dijeron: «Vosotros, ¿qué sabéis hacer?, ¡veamos!» El viejo hacía cestas, componía mil coslas estropeadas; sus manos eran ágiles; industrioso su ingenio.

Sentábanse al arrimo de la lumbre: la niña hacía el fuego, y cuidando de la olla le ayudaba. Y hablaban de los suyos, de la otra vida y de aquel otro abuelo. Y era cual si las almas de los otros, también desarraigadas, errantes por las sendas de los cielos, bajasen al arrimo de la lumbre del nuevo hogar. Y les miraban silenciosas, y eran cuatro y no dos. O más bien eran dos, mas dos parejas. Y así vivían doble vida: la una, vida del cielo, vida de recuerdos, y la otra, de esperanzas de la tierra.

Íbanse por las tardes a la loma, y de espaldas al pueblo veían sobre el cielo destacarse, allá en las lejanías, unos álamos que dicen el camino de la vida. Volvíanse cantando.

Y así pasaba el tiempo hasta que un día —unos años más tarde— oyó otro canto junto a casa el viejo.

—Dime, ¿quién canta esa canción, María?

—Acaso el ruiseñor de la alameda...

—¡No, que es cantar de mozo!

Ella bajó los ojos.

—Ese canto, María, es un reclamo. Te llama a ti al camino y a mí a morir. ¡Dios os bendiga, niña!

—¡Abuelito! ¡Abuelito! —y le abrazaba, cubríale de besos, le miraba a los ojos cual buscándose.

—¡No, no, que aquella se murió, María! ¡También yo muero!

—No quiero, abuelo, que te mueras; vivirás con nosotros...

—¿Con vosotros me dices? ¿Tu abuelo? Tu abuelo, niña, se murió. ¡Soy otro!

—¡No, no; tú eres mi abuelo! ¿No te acuerdas cuando yo, al despertar sola y contarte cómo escape de casa, me dijiste: Volverán a la vida y al camino? ¡Y volvieron!

—Volvieron al camino, sí, hija mía, y a el nos llama esa canción del mozo. ¡Tú con el, mi María; yo... con ella!

—¡Con ella, no! ¡Conmigo!

—¡Sí, contigo! Pero... ¡con la otra!

—¡Ay, mi abuelo, mi abuelo!

—¡Allí te aguardo! ¡Dios os bendiga, pues por ti he vivido!

Murióse aquella tarde el pobre anciano, el caminante que alargó sus días; la niña, con los dedos que cogían flores del campo —magarzas, clavelinas, amapolas— le cerró ambos los ojos, guardadores de ensueño de otro mundo; bésole en ellos, lloró rezó, soñó, hasta que oyendo la canción del camino se fue a quien le llamaba.

Y el viejo fue a la tierra: a beber bajo de ella sus recuerdos.


Miguel de Unamuno

Dísticos


Versiones de Fumío Haruyama

El Sol se ahoga
más allá de los Montes cada Tarde.

Apaga el Labrador
su Sed con el Rocío de la Noche.

Tiembla la Luna de Octubre
sobre los Crisantemos.

¿Puede el Poeta acaso
describir el Misterio de una Hoja?

No es el Hombre más alto
que hasta allí donde llega su Cabeza.

¿Quién espía
detrás de esas Ventanas que decimos Estrellas?

Solo el Hombre
que se tiene a sí mismo no está solo.

Y examinando la Hormiga, dijo Dios:
"En verdad, soy todopoderoso".

Hay una Fuente, dicen,
de la Inmortalidad, más allá de la Muerte.

Solo Amor y Amistad
van más allá del Tiempo.

Puede una Flecha diminuta
llevar lejos Aliento y Esperanza.

Dos Lunas iluminan
el pálido Rosal junto al Estanque.

Soy un Huésped, apenas bienvenido
en la Casa del Tiempo.

Fui, apenas soy.
Y quizás sea.

Vida,
abrázame, que estoy de paso.

Juan Ruíz de Torres (1984-2004)

Nunca más

jueves, 17 de enero de 2008


    Nunca más laboren las sombras su pócima de muerte,
    nunca las manos viertan en el brocal del hades
    oscuridad y frío.
    Ni las palas se muevan, ni la pólvora estalle
    para rasgar la espalda del ángel de la tierra.
    Nunca más los martillos, los biceps, la metralla,
    nunca más el comercio, la inteligencia, el fuego,
    edifiquen la copa de licores funestos
    ni la alce el destino sobre el llano inocente.

    Nunca más, Guadiamar, ciegue el plomo tu espejo
    con un lodo alevoso cargado de metales.
    Naciste para el roce del ala, para copiar la nube
    y el mecer de los frutos, para los ojos calmos
    que aguardan la cosecha. Naciste por las aguas
    que la luna argentéa y entibiecen los soles,
    para entregar tu pecho húmedo a la marisma.

    Nunca más la ironía de ofrecer al destino
    consumar su tristeza. Que no pasen los vientos
    sin que los hombres celen el sueño de Doñana,
    que el plomo no circule debajo de los árboles
    asesinando el agua, que el zinc y las escorias
    no taladren el jugo de lo aún no nacido.

    Nunca más el metal de la muerte se precipite oscuro
    sobre un manto de vida, ni los toros erráticos
    crucen la noche insomnes sobre la negra yerba,
    ni las criaturas breves salgan del paraíso.
    Solo el tiempo los cambie, sólo el vivir los cure
    hasta que el mar se ofrezca cantando a recogerlos.

    Encuentro de Escritores del Entorno de Doñana. Junio de 1998