Caín

lunes, 21 de junio de 2010

Ya comenzaban a pesarle los ojos cuando una voz juvenil de muchacho lo sobresaltó. Padre, dijo el joven, y luego otra voz, de adulto de cierta edad, preguntó, Qué quieres, Isaac, Llevamos aquí el fuego y la leña, pero dónde está la víctima del sacrificio. Y siguieron subiendo la cuesta (…) Hará unos tres días, no mucho más, el señor le dijo a Abraham, padre del muchachito que llevaba en la espalda el haz de leña, Llévate contigo a tu único hijo, Isaac, a quien tanto quieres, vete a la región de la moria, y me lo ofreces en sacrificio sobre uno de los montes que te indicaré (…) Lo lógico, lo natural, lo simplemente humano hubiera sido que Abraham mandara al señor a la mierda, pero no fue así. A la mañana siguiente, el desnaturalizado padre se levantó temprano para poner los arreos en el burro, preparó la leña para el fuego del sacrificio y se puso en camino hacia el lugar que el señor le había indicado, llevando consigo dos criados y a su hijo Isaac. Al tercer día de viaje, Abraham vio de lejos el sitio señalado. Les dijo entonces a los criados, Quedaos aquí con el burro que yo voy hasta más arriba con el niño para adorar al señor y después regresaremos hasta donde estáis. Es decir, además de ser tan hijo de puta como el señor Abraham era un refinado mentiroso, dispuesto a engañar a cualquiera con su lengua bífida, que, en este caso, según el diccionario privado del narrador de esta historia, significa traicionera, pérfida, alevosa, desleal y otras lindezas semejantes. Llegando así al lugar del que el señor le había hablado, Abraham construyó un altar y acomodó la leña encima. Después ató a su hijo y lo colocó en el altar, sobre la leña. Acto seguido levantó el cuchillo para sacrificar al pobre muchacho y ya se disponía a cortarle el cuello cuando sintió que alguien le sujetaba el brazo, al mismo tiempo que una voz gritaba, Qué va a hacer, viejo malvado, matar a su propio hijo, quemarlo, otra vez la misma historia, se comienza por un cordero y se acaba asesinado a quien más debería amar, Ha sido el señor quien me lo ha ordenado, se debatía Abraham, Cállese, o quien mate aquí seré yo, desate ya al niño, arrodíllese y pídale perdón, Quién es usted, Soy Caín, soy el ángel que le ha salvado la vida a Isaac.

José Saramago
(Fragmento de su obra Caín)