Poema de las cosas

viernes, 30 de mayo de 2008


Quizás estando sola, de noche, en tu aposento
oirás que alguien te llama sin que tú sepas quién
y aprenderás entonces que hay cosas como el viento
que existen ciertamente, pero que no se ven...
 
Y también es posible que una tarde de hastío
como florece un surco, te renazca un afán
y aprenderás entonces que hay cosas como el río
que se están yendo siempre, pero que no se van...
 
O al cruzar una calle, tu corazón risueño
recordará una pena que no tuviste ayer,
y aprenderás entonces que hay cosas como el sueño,
cosas que nunca han sido, pero que pueden ser...
 
Por más que tú prefieras ignorar estas cosas
sabrás por qué suspiras oyendo una canción
y aprenderás entonces que hay cosas como rosas,
cosas que son hermosas, sin saber que lo son...
 
Y una tarde cualquiera, sentirás que te has ido
y un soplo de ceniza regará tu jardín,
y aprenderás entonces que el tiempo y el olvido
son las únicas cosas que nunca tienen fin.

José Ángel Buesa

Letanías de la tierra muerta

Llegará un día en que la raza humana
Se habrá secado como planta vana,
Y el viejo sol en el espacio sea
Carbón inútil de apagada tea.
Llegará un día en que el enfriado mundo
Será un silencio lúgubre y profundo:
Una gran sombra rodeará la esfera
Donde no volverá la primavera;
La tierra muerta, como un ojo ciego,
Seguirá andando siempre sin sosiego,
Pero en la sombra, a tientas, solitaria,
Sin un canto, ni un ¡ay!, ni una plegaria.
Sola, con sus criaturas preferidas
En el seno cansadas y dormidas.
(Madre que marcha aún con el veneno
de los hijos ya muertos en el seno.)
Ni una ciudad de pie… Ruinas y escombros
Soportará sobre los muertos hombros.
Desde allí arriba, negra la montaña
La mirará con expresión huraña.
Acaso el mar no será más que un duro
Bloque de hielo, como todo oscuro.
Y así, angustiado en su dureza, a solas
Soñará con sus buques y sus olas,
Y pasará los años en acecho
De un solo barco que le surque el pecho.
Y allá, donde la tierra se le aduna,
Ensoñará la playa con la luna,
Y ya nada tendrá más que el deseo,
Pues la luna será otro mausoleo.
En vano querrá el bloque mover bocas
Para tragar los hombres, y las rocas
Oír sobre ellas el horrendo grito
Del náufrago clamando al infinito:
Ya nada quedará; de polo a polo
Lo habrá barrido todo un viento solo:
Voluptuosas moradas de latinos
Y míseros refugios de beduinos;
Oscuras cuevas de los esquimales
Y finas y lujosas catedrales;
Y negros, y amarillos y cobrizos,
Y blancos y malayos y mestizos
Se mirarán entonces bajo tierra
Pidiéndose perdón por tanta guerra.
De las manos tomados, la redonda
Tierra, circundarán en una ronda.
Y gemirán en coro de lamentos:
¡Oh cuántos vanos, torpes sufrimientos!
a tierra era un jardín lleno de rosas
Y lleno de ciudades primorosas;
Se recostaban sobre ríos unas,
Otras sobre los bosques y lagunas.
Entre ellas se tendían finos rieles,
Que eran a modo de esperanzas fieles,
Y florecía el campo, y todo era
Risueño y fresco como una pradera;
Y en vez de comprender, puñal en mano
Estábamos, hermano contra hermano;
Calumniábanse entre ellas las mujeres
Y poblaban el mundo mercaderes;
Íbamos todos contra el que era bueno
A cargarlo de lodo y de veneno…
Y ahora, blancos huesos, la redonda
Tierra rodeamos en hermana ronda.
Y de la humana, nuestra llamarada,
¡Sobre la tierra en pie no queda nada!
* * *
Pero quién sabe si una estatua muda
De pie no quede aún sola y desnuda.
Y así, surcando por las sombras, sea
El último refugio de la idea.
El último refugio de la forma
Que quiso definir de Dios la norma
Y que, aplastada por su sutileza,
Sin entenderla, dio con la belleza.
Y alguna dulce, cariñosa estrella,
Preguntará tal vez: ¿Quién es aquélla?
¿Quién es esa mujer que así se atreve,
Sola, en el mundo muerto que se mueve?
Y la amará por celestial instinto
Hasta que caiga al fin desde su plinto.
Y acaso un día, por piedad sin nombre
Hacia esta pobre tierra y hacia el hombre,
La luz de un sol que viaje pasajero
Vuelva a incendiarla en su fulgor primero,
Y le insinúe: Oh fatigada esfera:
¡Sueña un momento con la primavera!
Absórbeme un instante: soy el alma
Universal que muda y no se calma…
¡Cómo se moverán bajo la tierra
Aquellos muertos que su seno encierra!
¡Cómo pujando hacia la luz divina
Querrán volar al que los ilumina!
Mas será en vano que los muertos ojos
Pretendan alcanzar los rayos rojos.
¡En vano! ¡En vano!… ¡Demasiado espesas
Serán las capas, ay, sobre sus huesas!…
Amontonados todos y vencidos,
Ya no podrán dejar los viejos nidos,
Y al llamado del astro pasajero,
Ningún hombre podrá gritar: ¡Yo quiero!…

Alfonsina Storni

El Diamante

miércoles, 28 de mayo de 2008

El sannyasi había llegado a las afueras de la aldea y acampó bajo un árbol para pasar la noche. 
De pronto llegó corriendo hasta él un habitante de la aldea y le dijo:
- ¡La piedra! ¡La piedra! . Dame la piedra preciosa!. 
- ¿Qué piedra? preguntó el sannyasi
- La otra noche se me apareció en sueños el Señor Shiva - dijo el aldeano- y me aseguró que si venía al anochecer a las afueras de la aldea, encontraría a un sannyasi que me daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre. 
El sannyasi rebuscó en su bolsa y extrajo una piedra. 
- Probablemente se refería a ésta; dijo, mientras entregaba la piedra al aldeano. 
- La encontré en un sendero del bosque hace unos días. Por supuesto que puedes quedarte con ella. 
El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un diamante!
Tal vez el mayor diamante del mundo, pues era tan grande como la mano de un hombre. Tomó el diamante y se marchó. 
Pasó la noche dando vueltas en la cama, totalmente incapaz de dormir. 
Al día siguiente, al amanecer, fue a despertar al sannyasi y le dijo: 
- Dame la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante.

Anthony de Mello

El sueño se deshizo para siempre

lunes, 26 de mayo de 2008

Road to nowhere de Wundenkuessen

En la tarde lluviosa
mi corazón aprende
la tragedia otoñal
que los árboles llueven
y en la dulce tristeza
del paisaje que muere
mis voces se quebraron,
el sueño se deshizo para siempre
¡Para siempre! ¡Dios mío!

Va cayendo la nieve
en el campo desierto
de mi vida
y teme la ilusión, que va lejos,
de helarse o de perderse,
¡Cómo me dice el agua,
que el sueño se deshizo para siempre! 

¿El sueño es infinito? 

La niebla lo sostiene
y la niebla es tan sólo
cansancio de la nieve. 

Mi ritmo va contando
que el sueño se deshizo para siempre
y en la tarde brumosa
mi corazón aprende
la tragedia otoñal
que los árboles llueven.

Federico García Lorca

Trilce- Poema LV

jueves, 22 de mayo de 2008


Samain diría el aire es quieto y de una contenida tristeza.

 

Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a

cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta de un frontal,

donde hay algas, toronjiles que cantan divinos almácigos en

guardia, y versos anti sépticos sin dueño.

 

El miércoles, con uñas destronadas se abre las propias uñas

de alcanfor, e instila por polvorientos

harneros, ecos, páginas vueltas, sarros,

zumbidos de moscas

cuando hay muerto, y pena clara esponjosa y cierta esperanza.

 

Un enfermo lee La Prensa, como en facistol.

Otro está tendido palpitante, longirrostro,

cerca a estarlo sepulto.

Y yo advierto un hombro está en su sitio

todavía y casi queda listo tras de éste, el otro lado.

 

Ya la tarde pasó diez y seis veces por el subsuelo empatrullado,

y se está casi ausente

en el número de madera amarilla

de la cama que está desocupada tanto tiempo

                                    allá .....................................

                                                                 enfrente.


Cesar Vallejo  (1892-1938)

Anton Pieckin

miércoles, 21 de mayo de 2008

A los espacios

domingo, 18 de mayo de 2008

El astronauta (homenaje a Martí) 2007 de Reinerio Tamayo

A los espacios entregarme quiero 

Donde se vive en paz, y con un manto 

De luz, en gozo embriagador henchido, 

Sobre las nubes blancas se pasea,

 Y donde Dante y las estrellas viven. 

Yo sé, yo sé, porque lo tengo visto 

En ciertas horas puras, como rompe 

Su cáliz una flor, y no es diverso 

Del modo, no, con que lo quiebra el alma,

Escuchad, y os diré: viene de pronto

Como una aurora inesperada, y como

A la primera luz de primavera

De flor se cubren las amables lilas...

Triste de mí: contároslo quería

Y en espera del verso, las grandiosas

Imágenes en fila ante mis ojos

Como águilas alegres vi sentadas.

Pero las voces de los hombres echan

De junto a mÌ las nobles aves de oro:

Ya se van, ya se van: ved cómo rueda 

La sangre de mi herida. 

Si me pedís un símbolo del mundo 

En estos tiempos, vedlo: un ala rota. 

Se labra mucho el oro, el alma apenas!

Ved cómo sufro: vive el alma mía 

Cual cierva en una cueva acorralada:

Oh, no está bien:

me vengaré, llorando!

José Martí

Vidas minadas

Vidas minadas, diez años de Gervasio Sánchez

Proyecto literario

sábado, 17 de mayo de 2008

Camille Claudel

martes, 13 de mayo de 2008



Mi hermano con diciseis años


Sakountala

 Ensoñación al amor de la lumbre


La edad madura

Poema de los dones

lunes, 12 de mayo de 2008


Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

Jorge Luis Borges

Beat Dis Just Like by Emil Goodman

domingo, 11 de mayo de 2008



Algunas tardes

viernes, 9 de mayo de 2008

Fotografía de Guillaume Comte

Algunas tardes 

Una tristeza insólita 

me invade algunas tardes. 

La de hoy es una de ellas. 

En el sombrío cuarto de estar triste, 

permanezco a la espera de que la luna 

certifique la defunción del día. 

Este es por fin el cuarto menguante 

de una luna llena de macilenta luz 

que me confirma lo que yo esperaba: 

el día que tanto me dolía ya se ha muerto. 

Y la noche es el sueño: al fin, la nada.

Ángel González

Ante la Ley

jueves, 8 de mayo de 2008



Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

Frank Kafka