ORFEO (I)

miércoles, 25 de junio de 2008

Orfeo y Eurídice, de Rubens

Caminabas delante de mí,
atrayéndome
hacia la verde luz que alguna vez
me asesinó con sus colmillos.
Insensible te seguí,
como un brazo dormido y obediente
pero no fui yo quien quiso
volver al tiempo
Había llegado a amar el silencio,
pero mi antiguo nombre era una cuerda
o un susurro tendido
entre nosotros.
Y estaba tu amor,
las viejas riendas de tu amor,
tu voz corpórea...
Ante tus ojos mantenías 
la imagen de tu deseo, que era yo,
viva otra vez.
Y por esta esperanza tuya continué,
y así fui
tu alucinación, floral
y oyente
tú me creabas
al cantarme y una piel nueva me crecía
en mi otro cuerpo, envuelto en niebla,
y tenía ya sed, y manos sucias,
y veía ya,
perfilados contra la boca de la gruta,
el perfil de tu cabeza y de tus hombros
cuando te diste vuelta para llamarme
y me perdiste...
Así que no llegué a ver tu rostro,
sólo un ovalo oscuro,
y a pesar de sentir todo el dolor
de tu derrota, debí rendirme,
como se rinden las mariposas de la noche.
Tú creíste
que sólo fui el eco 
de tu canto.

Margaret Atwood
De Interlunar (1984)

Retrato pop


Iván Zulueta

Laurie Lipton

viernes, 20 de junio de 2008

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Sobre las ofensas

miércoles, 18 de junio de 2008

Obra del artista  callejero Banksy

Cuenta una bella leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y, en un determinado punto del viaje, ambos discutieron. Uno acabó dando al otro una fuerte bofetada.

El ofendido, sin decir nada, se agachó y escribió con sus dedos en la arena:


"Hoy mi mejor amigo me ha dado una fuerte bofetada en la cara"


Continuaron el trayecto y llegaron a un oasis donde decidieron bañarse. El que había sido abofeteado y herido empezó a ahogarse. El otro se lanzó a salvarlo y evitó que perdiese su vida.

Al recuperarse del posible ahogamiento, tomó un estilete y empezó a grabar unas palabras en una enorme piedra. Al acabar, se podía leer:


"Hoy mi mejor amigo me ha salvado la vida"


Intrigado, su amigo le preguntó:

- "¿Por qué cuando te hice daño escribiste en la arena y ahora escribes en una roca?"

Sonriente, el otro respondió:

- "Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir la ofensa en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarla y olvidarla. En cambio, cuando un gran amigo nos ayuda, o nos ocurre algo grandioso, es preciso grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento de ninguna parte del mundo, podrá borrarlo."

Última luz

domingo, 8 de junio de 2008

Una biblioteca oscura y triste

viernes, 6 de junio de 2008

Las bibliotecas han cambiado mucho desde el día en que, en la Lisboa de finales de los años treinta, entré por primera vez en una de ellas. Era un lugar donde el tiempo parecía haberse parado, con armarios que forraban las paredes desde el suelo hasta casi el techo, las mesas largas con sus pequeñas estanterías móviles a la espera de los lectores, que nunca eran muchos. El bibliotecario se sentaba al fondo de la sala, detrás de un escritorio antiguo, de esos de palo santo labrado. La biblioteca olía a papeles viejos y a cera de abejas, también un poco a humedad, a moho, tal vez porque las ventanas se abrían de tarde en tarde, al menos siempre me parecen cerradas cuando las recuerdo. También es cierto que nunca fui a la biblioteca durante el horario diurno de funcionamiento, por lo tanto no sé cómo sería el ambiente, si las pesadas contraventanas se abrirían para que la luz del día pudiera entrar. Probablemente sí. Yo era un lector de los nocturnos, salía de casa después de cenar (entonces la cena era a las ocho), caminaba los dos o tres kilómetros que separan el barrio de Penha de França, donde vivía, del Campo Pequeno, e iba a leer. Exactamente, iba a leer. Era un adolescente que no tenía libros en casa, excepto los de estudio, y que quería saber por sí mismo qué era realmente eso que se llamaba literatura. No había pedido consejos a personas sabias sobre la mejor manera de encaminar didácticamente sus experiencias, cada vez que entraba en la biblioteca era como si desembarcara en una isla desierta y tuviera que abrir un camino por no se sabía dónde, ni le importaba mucho. Leía sin ningún objetivo, leía porque le gustaba leer y nada más. Era bastante ingenuo para atreverse a descifrar elParaíso perdidoz de Milton sin conocer nada de la literatura inglesa. O el Quijote sin saber más de Cervantes que en cierta ocasión dijo que el portugués era el castellano sin huesos. Leía más los clásicos que los modernos, sin método, aunque con cierto sentido de la disciplina. Si le gustaba especialmente un autor, intentaba leer toda su obra, tarea muchas veces imposible, como fue el caso de Camilo Castelo Branco. Medio conscientemente se dió cuenta de que tendría mucho que ganar si saboreaba despacio los sermones del Padre Antonio Vieira, pero confiesa que algunas veces tenía que abandonarlos por el mismo motivo que nos obliga a cerrar los ojos ante una luz demasiado fuerte. Además, como se suele decir, le faltaba vocabulario. Recorría con atención las hojas dactilografiadas donde estaban las obras que habían llegado hacía poco a la biblioteca, y entre ellas elegía alguna, un poco por los títulos, un poco por los nombres de los autores. Con el paso del tiempo aprendió a establecer relaciones entre unos y otros, observaba que la memoria de lo que ya había leído enriquecía sorprendentemente la lectura que estaba haciendo en aquel momento, el camino por donde andaba se le iba haciendo más firme a cada día. No puedo recordar con exactitud cuánto tiempo duró esta aventura, pero lo que sé sin duda es que de no ser por aquella biblioteca antigua, oscura, casi triste, yo no sería el escritor que soy. El Ensayo sobre la Ceguera comenzó a ser escrito allí.

JOSÉ SARAMAGO
Mi biblioteca: La revista del mundo bibliotecario, ISSN 1699-3411, N.º 1, Abril 2005, pág. 10.

© Fundación Alonso Quijano.

El secreto

lunes, 2 de junio de 2008