Sueños regios

lunes, 24 de diciembre de 2007

Es de noche. Temperatura, veinte bajo cero. Fuera no se escucha el menor ruido. La nevada, cayendo en finos copos delicadísimos que mullen la atmósfera, contribuye a sostener el silencio absoluto, ahogado, que pesa sobre los jardines blancos con blancura fantástica. La nieve ha perfilado primorosamente la traza de las calles de árboles, de los macizos, de los boquetes, de los estanques cuajados por el hielo, y cuya superficie lisa rayaron los patines en la última sesión de patinaje que tanto divirtió a la Corte, porque el príncipe de Circasia se dio unas costaladas regulares.
Las estatuas parecen temblar y lucen aderezos de carámbanos. Las coníferas son témpanos bordados y esculpidos. En el alcázar, las cornisas, las balconadas, las torrecillas, la monumental ornamentación de la fachada, el reloj sostenido por Genios que representan los destinos de la casa imperial, venciendo al Tiempo, van desapareciendo bajo la suave acolchadura blanca.
Los centinelas, en su garita, tiritando, sintiendo que el aliento se les cristaliza primero y se les liquida después dentro del alto cuello de sus capotes militares, hieren el suelo con el pie, se acuerdan del cuerpo de guardia donde arde la estufa y se puede echar un trago de lo fermentado, y de tiempo en tiempo lanzan, al través de la nieve, su «¡Alerta!» gutural.
El decorativo reloj da las doce, pausadamente, como si la hora contada por él fuese más solemne que las otras. Al reloj de fuera contestan los de dentro desde las consolas; tienen vocecillas aflautadas y bien moduladas de palaciegos.
El emperador se estremece y se incorpora en el gran lecho incrustado de marfil, bajo las pieles rarísimas que lo mullen. Se le figura que una mano acaba de posarse en su hombro. Y en efecto: a la luz de la lámpara de alabastro velada de encaje, ve una figura venerable, un viejo aureolado por larguísima barba y melenas, donde la nieve se diría que enredó sus vellones. La vestidura del viejo deslumbra; túnica de brocado de oro, manto de terciopelo violeta orlado de armiño. Una especie de mitra, en que las perlas se apiñan sobre la filigrana, rodea sus sienes y comprime y hace bufar su gran cabellera nevada, que se extiende caudalosa por los hombros. En la mano lleva cincelado cofrecillo abierto, lleno de polvo aurífero impalpable:
-¿Qué me quieres y quién eres? -pregunta el emperador al anciano.
-Como de casa. Baltasar, Rey de los países de Oriente -contesta el patriarca en voz temblona.
-¡Bienvenido, primo y señor! ¿Por qué viaja vuestra majestad en tan cruda noche? Conviene a las testas coronadas no ponerse nunca en el caso de sufrir las molestias que padecen los demás mortales. Dígnese vuestra majestad descansar bajo mi hospitalario techo.
-No acepto sino breves instantes, aunque vengo rendido de atravesar los dominios de vuestra majestad, a los cuales no se les ve el fin; deben de cubrir buena parte de la superficie del planeta.
-¡Ah! -articula el emperador, satisfecho-. ¿Los ha recorrido vuestra majestad? ¿Se ha enterado de su extensión y riquezas? Todos los climas, todas las producciones, todas las razas reconocen mi soberanía. Cuando paso revista a mi ejército, en él veo soldados blancos y rubios, de ojos azules; soldados de morena tez; soldados de cutis amarillo y nariz achatada; ropajes orientales y envolturas que preservan el rigor de las estaciones en los países hiperbóreos. Mi Imperio produce el trigo y el zafiro, los minerales, las pieles y las maderas odoríferas; es un gigante cuya cabeza, como la de vuestra majestad, se baña en las nieves árticas, y cuyas manos se tienden hacia el Mediodía para abarcarlo. Y en este Imperio yo soy Dios. A mi voz las frentes se inclinan, las muchedumbres se prosternan, la plegaria por mí hace retemblar los iconostasios. Mientras el soplo del huracán juega con los monarcas occidentales, nuestros necios primos, yo, como un numen, me oculto en santuario inaccesible.
-Conozco el poderío de vuestra majestad. Por eso sospecho si la tarea que me ha sido encomendada resultará estéril; pero, obedeciendo, la cumplo.
-¿Qué tarea es ésa, primo y señor?
-La que me ordenó realizar el Niño. Vuelvo de Palestina; regreso a mi patria, después del interminable viaje anual... ¡Es una maravilla lo lindo que está el Niño y lo dulce y honesta que es la Madre! Nada perdió su inmortal hermosura en los mil novecientos dos años transcurridos desde que por vez primera les adoré. Como siempre, les he llevado mi ofrenda: polvo de oro del Ofir. Y el Niño, después de extender sus manitas, que besé, y bendecir el oro, me ha dicho que lo espolvoree por el suelo allí donde vea que el hombre atenta a la libertad del hombre.
-¿Conque esas mañas saca el Niño? -tartamudeó el emperador-. ¡Por cierto que le educan bien mal su Madre y el Carpintero, gente baja al fin, aunque descienda de la casta de nuestros augustos primos los reyes de Judá! Vuestra majestad, con la experiencia que le dan los años, habrá comprendido que no debe cumplírsele al Niño ese antojo.
-No es posible desobedecerle, primo y señor -declaró gravemente el Mago-. He espolvoreado la enorme porción de tierra donde reina vuestra majestad, aunque confieso que dudo de ver germinar cosa alguna sobre la dura capa de hielo que la reviste. Sin esperanzas voy derramando polvillo de oro; y la verdad: hace un instante, en los jardines de este palacio, al caer el dorado polvillo, creí que el suelo se estremecía y se agrietaba la capa de nieve. Tembló la tierra; me pareció que un ruido cavernoso resonaba allá dentro. ¿Está segura vuestra majestad de que no se halla minado su palacio?
-Vuestra majestad es quien lo mina, y será preciso impedirlo -contesta enérgicamente el emperador, hiriendo un timbre.
Aparece la guardia. El viejo toma una pulgarada de polvillo, lo arroja a los soldados y pasa por entre ellos libre y majestuoso.
Otro efecto de nieve sobre los jardines y palacio real, pero nieve ya cuajada y que empieza a derretirse formando un barro sucio y negruzco. En el alcázar se ven todavía luces: ha habido en el comedor de diario espléndida cena de familia, alegres y cariñosos brindis, y el emperador, rendido de recibir toda la tarde felicitaciones, después de bendecir a sus hijos, que uno por uno le han besado la mano respetuosamente, y de abrazar con afecto a la fecunda emperatriz, se tiende en su estrecha y dura cama de campaña, única donde concilia el sueño, a causa de la costumbre.
Apenas empieza a aletargarse, le llaman con un ¡«Pssit»! muy bajo, y a la claridad de la lamparilla divisa a un hombre en la fuerza de la edad, envuelta en ropón de púrpura, bajo el cual se parece una armadura de admirable trabajo. Rodea sus sienes una corona de picos: en su diestra alza rico pomo de mirra de fuerte aroma, acre y embriagador.
-¿Qué desea vuestra majestad, señor Rey Gaspar? -pregunta el emperador, que, conociendo al viajero, salta de la cama y saluda militarmente.
-Felicitar las Pascuas a vuestra majestad y confiarle un secreto. Es el caso que el Niño, ¿no sabe vuestra majestad?, ¡el Niño a quien todos los años voy a visitar en su establo, para beber en sus ojos de violeta la sabiduría!, después de jugar con esta mirra que le ofrecí y de arrojar sobre ella su aliento celestial, me manda que gota a gota la esparza por el suelo del país donde el hombre tenga sed de la sangre del hombre. Y al caer gotitas de esta mirra, primo y señor, observo que la tierra, encharcada y pegajosa, se esponja, se entreabre, y nacen, surgen y crecen olivos, rosas, mirtos, centeno, lúpulo, viñas cargadas de racimos. ¡Ah! Es un gran portento la tal mirra. Y a mí, señor y primo, la armadura me asfixia, el corazón no me cabe en ella. Permítame vuestra majestad que salpique de mirra su cabeza augusta.
-¡Qué diantre! ¡Cosas de chiquillos! -gruñe el emperador-. Cuando el Niño crezca y se aparte de las faldas y del regazo materno, diferentes serán sus caprichos. No hay nada más santo que la guerra. Dios mismo guía a los ejércitos e infunde a los caudillos arrojo y tino para asegurar la victoria. Sobre el campo de batalla se cierne el Arcángel con sus alas salpicadas de rubíes y su gladio flamígero. El soplo divino hincha mi pecho apenas lo cubre la coraza rutilante. Esto no se les alcanza a los niños ni a las mujeres; convenido. Nosotros, pastores de pueblos, jefes de razas, sonreímos ante ciertos arranques de debilidad graciosa.
-Debo hacer lo que me mandan -insiste Gaspar.
Y, tomando unas gotas de mirra, las dispara a la frente del emperador. Éste exhala un suspiro; se deja caer en el lecho de campana, y ve en sueños una pirámide de huesos humanos, blanca y pulida, altísima. Sobre la cúspide, un cuervo grazna plañideramente, hambriento, erizado el plumaje; y al pie, en las ramas de un olivo nuevo, dos palomas se besan, juntando los picos.
En el patio del alcázar, sobre el gran pilón del pórfido sostenido por leones, recae el agua, melodiosa, con dulce porfía. La luna ilumina las arcadas afiligranadas, juega en las charoladas hojas de los naranjos, descubre el reflejo pálido de sus pomas de oro. Dos esclavos velan el sueño del emir, que reposa vestido sobre un diván cubierto con una manta de fina pluma de avestruz -porque la noche está algo fría y la helada ha endurecido los caminos del desierto- y apoyando el pie en la garganta de una mujer desnuda, que hace de cojín y presta calor más grato, que el de la manta.
Elegante figura se desliza por entre los esclavos, invisible. Es un negro joven, esbelto, de robusta y acerada musculatura, de piernas nerviosas, encerradas en calzas prietas y salpicadas de lentejuelas, como las que ostentan los donceles en los cuadros de Carpaccio: una sobrevesta de tisú de plata acusa sus formas; un cinturón de pedrería sostiene sobre su vientre enjuto soberbio puñal; encima de sus cabellos crespos se ladea un gorro de velludo carmesí, y bajo el ala luce diademas de brillantes. El gallardo negro se inclina hacia el emir y le baña el rostro con una bocanada de incienso, que humea en un incensario calado, pendiente de cadenillas de perlas. Sobresaltado, el emir despierta, echando mano a la gumía.
No temas, soy Melchor, que, como tú, ejerce el mando en tribus del desierto y posee palacios misteriosos que parecen labrados por los genios del aire. Vengo a cumplir órdenes del Niño Yesuá, hijo de Leila Mariem.
-¿Y qué te ordena ese Profeta infiel? -exclama el emir con desprecio.
-Columpiar este incensario en todos los países donde el hombre trate a la mujer como esclava y no como compañera.
Ríese el emir mostrando sus blancos dientes de chacal entre la negra y sedosa barba.
-Pues vuélvete a tierra de rumíes, Melchor. También allí necesitan el perfume de tu incensario. Pero antes reposa. Eres mi huésped; voy a ordenar que te preparen un baño con agua de rosas dos bellas cautivas.
Y el emir se incorpora, dando con el pie a la mujer en cuya garganta lo tenía apoyado.


Emilia Pardo bazán

Kareem Iliya

sábado, 22 de diciembre de 2007


William Wallace

jueves, 20 de diciembre de 2007

FANTASMAS DE NAVIDAD

Me gusta volver a casa en Navidad. Todos lo hacemos, o deberíamos hacerlo. Deberíamos volver a casa en vacaciones, cuanto más largas mejor, desde el internado en el que nos pasamos la vida trabajando en nuestras tablas aritméticas, para así descansar. Viajamos hasta casa a través de un paisaje invernal; por campos cubiertos por una niebla baja, entre pantanos y brumas, subiendo prolongadas colinas, que se van volviendo oscuras como cavernas entre las espesas plantaciones que llegan a tapar casi las estrellas chispeantes; y así hasta que estamos en las amplias mesetas y finalmente nos detenemos, con un silencio repentino, en una avenida. En el aire helado la campana de la puerta tiene un sonido profundo que casi parece terrible; la puerta se abre sobre sus goznes y al llegar hasta una casa grande las brillantes luces nos parecen más grandes tras las ventanas, y las filas de árboles que hay frente a ellas parecen apartarse solemnemente hacia los lados, como para dejarnos pasar. Durante todo el día, a intervalos, una liebre asustada ha salido corriendo a través de la hierba cubierta de nieve; o el repiqueteo distante de un rebaño de ciervos pisoteando el duro hielo ha acabado también, por un minuto, con el silencio. Si pudiéramos verles sus ojos vigilantes bajo los helechos, brillarían ahora como las gotas heladas de rocío sobre las hojas; pero están inmóviles, y todo está callado. Y así, las luces se van haciendo más grandes, y los árboles se apartan hacia atrás ante nosotros para cerrarse de nuevo a nuestra espalda, como impidiéndonos la retirada, y llegamos a la casa.

Probablemente huele todo el tiempo a castañas asadas y otras cosas buenas y reconfortantes, pues estamos contando historias de Navidad, historias de fantasmas, o más vergonzosas para nosotros, alrededor del fuego de Navidad, y no nos hemos movido salvo para acercarnos un poco más a él. Pero dejemos eso. 

Llegamos a la casa y es una casa antigua, repleta de grandes chimeneas en las que la leña arde en el hogar sobre viejas tenazas, y retratos horrendos (algunos de ellos con leyendas también horrendas) miran con saña y desconfianza desde el entablado de roble de las paredes. Somos un noble de edad mediana y damos una generosa cena con nuestro anfitrión y anfitriona y sus invitados, es Navidad y la vieja casa está llena de invitados, y después nos vamos a la cama. Nuestra habitación es muy antigua. Está recubierta de tapices. No nos gusta el retrato de un caballero vestido de verde colocado sobre la repisa de la chimenea. En el techo hay grandes vigas negras y para nuestro acomodo particular contamos con una enorme cama negra a la que en los pies le sirven de apoyo dos figuras negras también grandes que parecen salidas de dos tumbas de la antigua iglesia que tenía el barón en el parque. Pero no somos un noble supersticioso, y no nos importa. ¡Todo v-, bien! Despedimos a nuestro criado, cerramos la puerta y nos sentamos delante del fuego vestido: con el camisón, meditando en muchas cosas. 

Finalmente, nos metemos en la cama. ¡Muy bien! No podemos dormir. Damos vueltas y más vueltas, pero no podemos dormir. Las ascuas de la chimenea arden bien y dan a la habitación un aspecto fantasmal No podemos evitar escudriñar, por encima del cobertor, las dos figuras negras y el caballero... ese caballero vestido de verde y de apariencia perversa Con la luz parpadeante dan la impresión de avanza y retroceder: lo cual, a pesar de que no seamos et absoluto un noble supersticioso, no resulta agradable. ¡Muy bien! Nos ponemos nerviosos... más y más nerviosos. Decimos: «esto es una verdadera es tupidez, pero no podemos soportarlo; simularemos estar enfermos y llamaremos a alguien». 
¡Muy bien Precisamente vamos a hacerlo cuando la puerta cerrada se abre y entra una mujer joven, de palidez mortal y de cabellos rubios y largos que se desliza hasta la chimenea, y se sienta en la silla que hemos dejado allí, frotándose las manos. Nos damos cuenta entonces de que su ropa está húmeda. La lengua se nos pega al velo del paladar y no somos capaces de hablar, pero la observamos con precisión. Su ropa está húmeda, su largo cabello está salpicado de barro húmedo, 
va vestida según la moda de hace do: cientos años, y lleva en su ceñidor un manojo de 11, ves oxidadas. ¡Muy bien! Se sienta allí y ni siquiera podemos desmayarnos del estado en el que no encontramos. Entonces ella se levanta y prueba todas las cerraduras de la habitación con las llaves oxidadas, sin que encuentre ninguna que vaya bien; después fija la mirada en el retrato del caballero vestido de verde y con una voz baja y terrible exclama:
«¡El hombre lo sabe!» Después se vuelve a frotar las manos, pasa junto al borde de la cama y sale por la puerta. Nos apresuramos a ponernos la bata, cogemos las pistolas (siempre viajamos con ellas) y la seguimos, pero encontramos la puerta cerrada. Damos la vuelta a la llave, miramos en el pasillo oscuro y no hay nadie. Lo recorremos tratando de encontrar a nuestro criado. No es posible. 
Recorremos el pasillo hasta que despunta el día y luego regresamos a nuestra habitación vacía, caemos dormidos y nos despierta nuestro criado (nunca hay nada que le hechice a él) y el sol brillante. ¡Muy bien! Tomamos un desayuno terrible y todos dicen que tenemos un aspecto extraño. Después del desayuno paseamos por la casa con nuestro anfitrión, y le conducimos hasta el retrato del caballero vestido de verde, y entonces se aclara todo. Se comportó con falsedad con una joven ama de llaves unida en otro tiempo a esa familia, y famosa por su belleza, que se ahogó en un lago y cuyo cuerpo fue descubierto al cabo de mucho tiempo porque los ciervos se negaban a beber el agua. Desde entonces se ha dicho entre susurros que ella atraviesa la casa a medianoche (pero que va especialmente a esa habitación, en donde acostumbraba a dormir el caballero vestido de verde) probando las viejas cerraduras con las llaves oxidadas. ¡Bien! Le contamos a nuestro anfitrión lo que hemos visto, y una sombra cubre sus rasgos tras lo que nos suplica que guardemos silencio; y así se hace. Pero todo es cierto; y lo contamos, antes de morir (ahora estamos muertos) a muchas personas responsables.
Es infinito el número de casas antiguas con galerías resonantes, dormitorios lúgubres y alas encantadas cerradas durante muchos años, por las cuales podemos pasear, con un agradable hormigueo subiéndonos por la espalda y encontrarnos algunos fantasmas, pero quizá sea digno de mención afirmar que se reducen a muy pocos tipos y clases generales; pues los fantasmas tienen poca originalidad y «caminan» por caminos trillados. Sucede, por ejemplo, que en una determinada  habitación de un cierto salón antiguo en donde se suicidó un malvado lord, barón, o caballero, hay en el suelo algunas tablas de las que no se puede borrar la sangre. Raspas y raspas, como el actual dueño ha hecho, o cepillas y cepillas; como hizo su padre, o friegas y friegas, como hizo su abuelo, o quemas y quemas con ácidos fuertes, como hizo el bisabuelo, pero la sangre seguirá estando allí, ni más roja ni más pálida, ni en mayor ni en menor cantidad; siempre igual. En otra de esas casas hay una puerta encantada que nunca se abrirá; u otra que nunca se cerrará; o un sonido de una rueda de hilar, o un martillo, o unos pasos, o un grito, o un suspiro, un galope de caballos o el rechinar de unas cadenas. O hay un reloj que a medianoche da trece campanadas cuando va a morir el cabeza de familia, o un carruaje sombrío, negro e inmóvil que ve siempre en esos momentos alguien que aguardaba cerca de las amplias puertas del patio del establo. O sucede, como en el caso de Lady Mary, que fue a visitar una casa situada en los Highlands escoceses, y como estaba fatigada por su largo viaje se retiró pronto a la cama y a la mañana siguiente dijo con toda  inocencia en la mesa del desayuno:
-¡Me resultó muy extraño que celebraran una fiesta a una hora tan tardía anoche en este remoto lugar y no me hablaran de ella antes de que me acostara!
Entonces todos preguntaron a Lady Mary lo que quería decir. Y ésta contestó:
-Bueno, anoche todo el tiempo oí carruajes que daban vueltas y más vueltas alrededor de la terraza, bajo mi ventana.
Entonces el dueño de la casa se puso pálido, lo mismo que su señora, y Charles Macdoodle de Macdoodle hizo señas a Lady Mary de que no dijera más, y todos guardaron silencio. Tras el desayuno, Charles Macdoodle le contó a Lady Mary que según una tradición de la familia era un presagio de muerte que los carruajes dieran vueltas por la terraza. Y así fue, pues dos meses más tarde moría la señora de la casa. Y Lady Mary, que era doncella de honor en la Corte, contó a 
menudo esta historia a la Reina Charlotte; y es por esto que el viejo rey decía siempre: «¿Cómo, cómo? ¿Qué, qué? ¿Fantasmas, fantasmas? ¡No existen, no existen!» Y no dejaba de decir esa frase hasta que se iba a la cama.
Y ahora bien, un amigo de alguien al que casi todos conocemos, cuando era un joven que estaba cursando estudios tenía un amigo especial con e que había hecho el pacto de que, si era posible que el espíritu retornara a esta tierra después de separarse del cuerpo, aquel de los dos que muriera primero se le aparecería al otro. Nuestro amigo se olvidó de ese pacto con el curso del tiempo; los dos jóvenes habían progresado en la vida, habían tomado camino; divergentes y se habían separado. Pero una noche muchos años después, estando nuestro amigo en e norte de Inglaterra, y quedándose a pasar la noche en una posada de Yorkshire Moors, miró desde la cama hacia fuera; y allí, bajo la luz de la luna, apoyado en un buró cercano a la ventana, y mirándole fijamente, vio a su antiguo compañero de estudios Cuando éste se dirigió con solemnidad hacia la aparición, ésta respondió en una especie de susurre pero bien audible:
-No te acerques a mí. Estoy muerto. He venido aquí para cumplir mi promesa. 
¡Vengo del otro mundo, pero no puedo revelar sus secretos!
En ese momento empezó a volverse más pálido y se fundió, por así decirlo, con la luz de la luna, desapareciendo en ella.
O está el caso de la hija del primer ocupante de lo pintoresca casa isabelina, tan famosa en nuestra vecindad. ¿Ha oído hablar de ella? ¿No? Bueno, la hija salió una noche de verano en el momento del crepúsculo; era una joven muy hermosa, de diecisiete años de edad, y se disponía a coger flores del jardín; pero de pronto llegó corriendo, aterrada, hasta el salón donde estaba su padre, a quien le dijo:
-¡Ay, querido padre, me he encontrado conmigo misma!
Él la cogió en sus brazos y le dijo que todo era una fantasía, pero ella replicó:
-¡Oh, no! Me encontré conmigo en el camino ancho, y yo estaba pálida, y recogía flores marchitas, y giraba la cabeza y las levantaba!
Y aquella noche murió la joven; y se empezó a hacer un cuadro con su historia, pero no se terminó nunca, y dicen que ha estado hasta hoy en algún lugar de la casa, con el rostro vuelto hacia la pared.
O la historia del tío de la esposa de mi hermano, que volvía a casa cabalgando al atardecer de un hermoso día y en una calle arbolada cercana a su casa vio a un hombre de pie ante él en el centro mismo de la estrecha calzada.
«¿Qué hace ese hombre del manto ahí parado?», pensó. «¿Quiere que pase con el 
caballo por encima de él?»
Pero la figura no se movió. Al verlo tan quieto tuvo una sensación extraña, pero siguió avanzando, aunque aflojando el trote. Cuando estuvo tan cerca que llegó a tocarlo casi con el estribo el caballo se asustó y la figura se deslizó hacia arriba, hasta la acera, de una manera curiosa y nada natural: hacia atrás, sin que pareciera utilizar los pies, hasta que desapareció. El tío de la esposa de mi hermano exclamó:
-¡Por el Dios de los cielos! ¡Si es mi primo Harry, el de Bombay!
Espoleó el caballo, que de pronto se había puesto a sudar profusamente, y extrañándose de tan rara conducta dio la vuelta para dirigirse hacia la fachada de su casa. Cuando llegó allí vio la misma figura, que pasaba en ese momento junto a la alargada ventana francesa de la sala de estar, en la planta baja. Le pasó las bridas a un criado y se dirigió presurosamente hacia la figura. Allí estaba sentada su hermana, a solas. Alice, ¿dónde está mi primo Harry?
-¿Tu primo Harry, John?
-Sí, el de Bombay. Acabo de encontrarme con él ahora en la avenida, y le vi entrar aquí hace un instante.
Pero nadie había visto a nadie; y tal como después se supo, en ese mismo instante moría en India aquel primo.
O está la historia de esa sensible y anciana dama soltera que murió a los noventa y nueve años de edad manteniendo sus facultades hasta el último momento y vio realmente al chico huérfano. Es una historia que a menudo se ha -contado incorrectamente, pero de la que la verdad auténtica es ésta, lo sé porque en realidad es una historia de nuestra familia, y ella era amiga de la casa. Cuando tenía unos cuarenta años de edad, y seguía poseyendo una hermosura poco común (su amado murió joven, razón por la cual ella nunca se casó, a pesar de tener numerosas ofertas), fijó su residencia en un lugar de Kent, que su hermano, un comerciante con India, había comprado recientemente.
Se contaba la historia de que en otro tiempo aquel lugar estuvo a cargo del tutor de un joven; que ese tutor sería el segundo heredero y que matóal muchacho con su tratamiento duro y cruel. Ella nada sabía de tales cosas. Se ha dicho que en el dormitorio de ella había una jaula en la que el tutor solía encerrar al muchacho. Es falso. Sólo había un gabinete. Ella se acostó, no hizo llamada alguna durante la noche, pero por la mañana le dijo con toda tranquilidad a la doncella cuando ésta entró:
-¿Quién es ese guapo mocito de aspecto abandonado que estuvo mirando hacia fuera desde el gabinete toda la noche?
La doncella contestó lanzando un fuerte grito y echando a correr al instante. La dama se sorprendió de aquello, pero era una mujer de notable fuerza mental, por lo que se vistió ella sola, bajó las escaleras y acudió a reunirse con su hermano:
-Walter, toda la noche me ha estado inquietando un guapo mocito de aspecto abandonado que constantemente miraba hacia fuera desde el gabinete que hay en mi habitación, y que no puedo abrir. Ahí debe haber algún truco.
-Me temo que no, Charlotte -contestó el hermano-, pues es la leyenda de la casa. 
Es el huérfano. ¿Qué es lo que hizo?
-Abrió la puerta con suavidad y miró hacia fuera. A veces penetraba uno o dos pasos en la habitación. Entonces yo le llamaba, para animarle, y él se encogía, se estremecía y volvía a meterse de nuevo, cerrando la puerta.
-Charlotte, el gabinete no tiene comunicación con ninguna otra parte de la casa, y está cerrado con clavos.
Aquello era indudablemente cierto y dos carpinteros necesitaron una mañana entera para abrir la puerta y poder examinar el gabinete. Sólo entonces Charlotte quedó convencida de que había visto al huérfano. Pero lo terrible de la historia es que fue visto sucesivamente por tres de los hijos de su hermano, todos los cuales murieron jóvenes. En cada ocasión, el niño enfermaba, regresaba a casa con fiebre, doce horas antes de la muerte, y le decía a su madre que había estado jugando bajo un cierto roble que había en un prado con un chico extraño, un chico de buen aspecto, pero que parecía abandonado, que era muy tímido y le hacía señas. A partir de esa experiencia fatal los padres llegaron a saber que se trataba del huérfano, y que el destino del niño al que había elegido como compañero de juegos estaba seguramente fijado.
CHARLES DICKENS

Frantisek Kupka

lunes, 17 de diciembre de 2007









Vocales

domingo, 16 de diciembre de 2007



A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales,
Diré algún día vuestros nacimientos latentes:
A, negro corsé velludo de las moscas brillantes
Que zumban alrededor de hedores crueles,

Golfos de sombra; E, candor de los vapores y de las tiendas,
Lanzas de los glaciares orgullosos, reyes blancos, escalofríos de umbelas;
I, púrpura, sangre escupida, risa de labios bellos
En la cólera o en las borracheras penitentes;

U, ciclos, vibraciones divinas de los mares verdosos,
Paz de las dehesas sembradas de animales, paz de las arrugas
Que la alquimia imprime en las grandes frentes estudiosas;

O, supremo clarín lleno de estridencias extrañas,
Silencios atravesados por mundos y por ángeles:
O el omega, 1rayo violeta de sus ojos!
Arthur Rimbaud

Por qué no lo intentas

jueves, 13 de diciembre de 2007

El árbol del coraje, Romanie

¿Por qué no lo intentas sin él?

¿Por qué no tratas de vivir sola?

Realmente necesitas sus manos para tu pasión

Realmente necesitas su corazón para tu trono

Necesitas su trabajo para tu hijo

Necesitas su bestia para el hueso

Necesitas agarrarte a una cuerda para ser una dama?

Se que lo harás

Se que lo harás sola.


¿Por qué no tratas de olvidarlo?

Sólo abre tu pequeña delicada mano

Tú sabes que esta vida se llena

Con muchas dulces compañías

Aunque la mayoría sólo nos satisfacen una noche

¿Vas a ser la zanja alrededor de una torre?

¿Vas a ser la luz de la luna en su cueva?

¿Vas a darle tu bendición a su poder?

Mientras él pasa silbando por delante de su padre

Por delante de la tumba de su padre.


Me gustaría llevarte a la ceremonia

Bueno eso si recuerdo el camino

Ya ves a Jack y Jill

Cómo van a unirse en su desdicha

Estoy asustado es el momento de que todos recemos

Ya has visto cómo al final se han refugiado

Están dispuestos ¡si! están dispuestos a obedecer

Sus votos son difíciles pero se ayudan el uno al otro

Y no dejan que nadie ponga una redija

Una rendija en su camino.

Leonard Cohen

Garrote vil

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Garrote vil (1931) de José Guitiérrez Solana


¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!

Canta el martillo,
el garrote alzando están,
canta en el campo un cuclillo,
y las estrellas se van
al compás del estribillo
con que repica el martillo:

¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!

El patíbulo destaca
trágico, nocturno y gris,
la ronda de la petaca
sigue a la ronda de anís,
pica tabaco la faca
y el patíbulo destaca
sobre el alba flor de lis.

Áspera copla remota
que rasguea un guitarrón
se escucha. Grito de jota
del morapio peleón.
El cabileño patriota
canta la canción remota
de las glorias de Aragón.

Apicarada pelambre
al pie del garrote vil,
se solaza muerta de hambre.
Da vayas al alguacil,
y con un rumor de enjambre
acoge hostil la pelambre
a la hostil Guardia Civil.

Un gitano vende churros
al socaire de un corral,
asoman flautistas burros
las orejas al bardal,
y en el corro de baturros
el gitano de los churros
beatifica al criminal.

El reo espera en capilla,
reza un clérigo en latín,
llora una vela amarilla,
y el sentenciado da fin
a la amarilla tortilla
de yerbas. Fue a la capilla
la cena del cafetín.

Canta en la plaza el martillo,
el verdugo gana el pan,
un paño enluta el banquillo.
Como el paño es catalán,
se está volviendo amarillo
al son que canta el martillo.

¡Tan! ¡Tan! ¡Tan!

Don McCullin

lunes, 10 de diciembre de 2007

¡Tengo un sueño!


Yo tengo un sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo, creemos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales.
Yo tengo un sueño que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad.
Yo tengo un sueño que un día incluso el estado de Mississippi, un estado desierto, sofocado por el calor de la injusticia y la opresión, será transformado en un oasis de libertad y justicia.
Yo tengo un sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter.
¡Yo tengo un sueño hoy!
Yo tengo un sueño que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad
Yo tengo un sueño que un día, allá en Alabama, con sus racistas despiadados, con un gobernador cuyos labios gotean con las palabras de la interposición y la anulación; un día allí mismo en Alabama pequeños niños negros y pequeñas niñas negras serán capaces de unir sus manos con pequeños niños blancos y niñas blancas como hermanos y hermanas.
¡Yo tengo un sueño hoy!
Yo tengo un sueño que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y que la gloria del Señor será revelada, y toda la carne la verá al unísono.
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe seremos capaces de esculpir de la montaña de la desesperación una piedra de esperanza.
Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres.
Este será el día, este será el día en que todos los niños de Dios serán capaces de cantar con un nuevo significado: "Mi país, dulce tierra de libertad, sobre ti canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo del peregrino, desde cada ladera, dejen resonar la libertad". Y si Estados Unidos va a convertirse en una gran nación, esto debe convertirse en realidad.
Entonces dejen resonar la libertad desde las prodigiosas cumbres de Nueva Hampshire. Dejen resonar la libertad desde las grandes montañas de Nueva York. Dejen resonar la libertad desde los Alleghenies de Pennsylvania! Dejen resonar la libertad desde los picos nevados de Colorado. Dejen resonar la libertad desde los curvados picos de California. Dejen resonar la libertad desde las montañas de piedra de Georgia. Dejen resonar la libertad de la montaña Lookout de Tennessee. Dejen resonar la libertad desde cada colina y cada topera de Mississippi, desde cada ladera, dejen resonar la libertad!
Y cuando esto ocurra, cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada caserío, desde cada estado y cada ciudad, seremos capaces de apresurar la llegada de ese día cuando todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo spiritual negro: "¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!"

Martín Luther King
Premio Nobel de la paz en 1964

¿Por qué...?

miércoles, 5 de diciembre de 2007

...¿Por qué tantas veces lanzas a estos pobres ciudadanos
a riesgos manifiestos, oh para el Lacio causa y cabeza de los males presentes?
No hay salvación en la guerra, todos la paz te reclamamos,
Turno, y, a la vez, de la paz la única prenda inviolable.
Yo el primero, a quien te imaginas tu enemigo (y nada
me preocupa si lo soy), aquí vengo a suplicarte. Ten piedad
de los tuyos, depón tu actitud y, derrotado, vete. Dispersados
hemos visto ya bastantes muertes y despoblado grandes campos.
O bien, si la fama te mueve, si coraje tan grande abrigas
en tu pecho y si tanto ansías la real dote,
sé valiente y ofrece, cara a cara, al enemigo tu pecho confiado.

¡Bien está que para que a Turno corresponda la real esposa,
nosotros, almas viles, turba sin sepultura y sin lágrimas,
nos amontonemos por los campos! Tú eres más bien, si fuerzas te quedan,
si tienes algo del Marte de la patria, quien desafiar debe
al que te reclama.»

Virgilio
La Eneida (extracto)

Sin contar

lunes, 3 de diciembre de 2007

No es que hayan muerto, se fueron antes

viernes, 30 de noviembre de 2007

Fotografía de Manuel Vilariño
Lloras a tus muertos con un desconsuelo tal, que no parece sino que tú eres eterno.
Not dead, but gone before, dice bellamente el proloquio inglés.
No es que hayan muerto, se fueron antes.
Tu impaciencia se agita como loba hambrienta ansiosa de devorar enigmas.
¿Pues no has de morir tú un poco después y no has de saber por fuerza la clave de todos los problemas, que acaso es de una diáfana y deslumbradora sencillez?
Se fueron antes.. ¿a qué pretender interrogarlos con insistencia nerviosa?
Déjalos siquiera que sacudan el polvo del camino.
Déjalos siquiera que restañen en el regazo del Padre las heridas de los pies andariegos.
Déjalos siquiera que apacienten sus ojos en los verdes prados de la paz.
El tren aguarda, ¿por qué no preparas tu equipaje?
Esta sería más práctica y eficaz tarea.
El ver a tus muertos es de tal manera cercano e inevitable, que no debes alterar con la menor festinación las pocas horas de tu reposo.
Ellos, con un concepto cabal del tiempo, cuyas barreras traspusieron de un solo ímpetu, también te aguardarán tranquilos.
Tomaron únicamente uno de los trenes anteriores….
Amado Nervo

Crucifixión

jueves, 29 de noviembre de 2007


La luna pudo detenerse al fin por la curva blanquísima de los caballos.

Un rayo de luz violenta que se escapaba de la herida

proyectó en el cielo el instante de la circuncisión de un niño muerto.

La sangre bajaba por el monte y los ángeles la buscaban,
pero los cálices eran de viento y al fin llenaba los zapatos.
Cojos perros fumaban sus pipas y un olor de cuero caliente
ponía grises los labios redondos de los que vomitaban en las esquinas.
Y llegaban largos alaridos por el Sur de la noche seca.
Era que la luna quemaba con sus bujías el falo de los caballos.
Un sastre especialista en púrpura
había encerrado a tres santas mujeres
y les enseñaba una calavera por los vidrios de la ventana.
Las tres en el arrabal rodeaban a un camello blanco,
que lloraba porque al alba
tenía que pasar sin remedio por el ojo de una aguja.
¡Oh cruz! ¡Oh clavos! ¡Oh espina!
¡Oh espina clavada en el hueso hasta que se oxíden los planetas!
Como nadie volvía la cabeza, el cielo pudo desnudarse.
Entonces se oyó la gran voz y los fariseos dijeron:
Esa maldita vaca tiene las tetas llenas de leche.
La muchedumbre cerraba las puertas
y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón
mientras la tarde se puso turbia de latidos y leñadores
y la oscura ciudad agonizaba bajo el martillo de los carpinteros.

Esa maldita vaca
tiene las tetas llenas de perdigones,
dijeron los fariseos.
Pero la sangre mojó sus pies y los espíritus inmundos
estrellaban ampollas de lagunas sobre las paredes del templo.
Se supo el momento preciso de la salvación de nuestra vida.
Porque la luna lavó con agua
las quemaduras de los caballos
y no la niña viva que callaron en la arena.
Entonces salieron los fríos cantando sus canciones
y las ranas encendieron sus lumbres en la doble orilla del rio.
Esa maldita vaca, maldita, maldita, maldita
no nos dejará dormir, dijeron los fariseos,
y se alejaron a sus casas por el tumulto de la calle
dando empujones a los borrachos y escupiendo sal de los sacrificios
mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.

Fue entonces
y la tierra despertó arrojando temblorosos ríos de polilla.

Federico García Lorca
18 de Octubre de 1929. New York.

Aprendiendo

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Rosebud

lunes, 26 de noviembre de 2007


Primera parte - Madre vestida

sería mayo cuando caían

las lentas lluvias de amanecer

sobre los montes de alto el fuego

la carta no pudo retroceder

acaso en tren en yeguas lentas

las palabras fueran de papel

la muchacha quiso fuera de trigo

el pan de avena al anochecer

y fue de centeno cuando los claros

le obligaron a sellar los ojos

no ver la muerte



jamás sería la compañera de un brigadier



***



han deshuesado los inciertos

parámetros de la tarde

convengo en que puedo morir

¿puedo?

puedo morir si quiero envejecer

por si alguna vez tuvimos tuvieron

fe y deseos de vencer atizo

los rescoldos de lo que pudo haber sido

de no morir el rojo brigadier

bañados todos en zumo de caserna

camaradas



viuda y doncella no supo

subirse a un paquebote troquelado

muelles de organdí estelas de satén

ni llegar a una isla desierta

de memoria y batallas perdidas

donde floreciera en febrero y vencieran

sindicalistas de la segunda generación

bajo los puentes más lejanos

llegaban barcos holandeses errantes

gabarras furtivas de ríos insuficientes

catamaranes polisémicos

¿0 polinésicos?

de tanto norte el sur tiritaba

porque era año de extasiado presagio

los paquebotes no volvían a casa

y los turcos habían perdido la cabeza.

Manuel Vázquez Montalban

Perder la memoria

viernes, 23 de noviembre de 2007


… Escribir y leer, al fin, son formas de recordar, de volver a recordar, de seguir recordando, de intentarlo al menos. Escribir es incitar a hacerlo. También es olvidar de nuevo todo lo olvidado, todo lo que sucedió o nunca llegó a suceder, lo que jamás sucederá. Rebuscar en los cajones de la infancia, en las fugaces y turbias sombras de la adolescencia, en la hermética razón o sinrazón de la madurez. Indagar en la perspicaz y excéntrica apatía de la senectud. Intentar adivinar cómo será el vértigo de perder la memoria, el placentero tránsito a la muerte o el dolor de nacer. Dar importancia al pasado a pesar de cuán poco importa. Echar una mirada sobre uno mismo y sobre los que, mucho, poco o nada, conocimos. Querer extraer la esencia de las cosas y los seres. Declamar en silencio mientras se teclea a voz en grito o en susurros, en masculino o en femenino, consciente de que esas voces sólo sonarán en el pensamiento de los que leen.
David Cantero

Otoñales

jueves, 22 de noviembre de 2007

Animal del Alma

Un perro llamado Dolor de Luis Eduardo Aute

Anímate, levanta el animo,
animal,
que la Bestia te quiere
asesinar
y, de puro bestia, no sabe

que el Alma que te anima,
animal del alma,
es amortal.

Luis Eduardo Aute
De Animal (1991-1994)

Doce tumbas

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Naturaleza muerta con cúrcuma (1999) de Manuel Vilariño

Pájaro solitario, llegaste aquí

en esta tarde sumergida

de raíz de cúrcuma y chapa de cobre,

cercadas tus plumas,

ocultos tus ojos,

un hilo impalpable de sangre

y tu mirada quebrada.


Ahora me pregunto,

qué fue de aquella luz quebrada,

del azafrán y del alambre,

y del fulgor de tus escamas,

reptil de poderosa mirada.


Ahora me pregunto,

en los círculos sombríos de la tarde,

por lo que ya no es,

por el declinar de lo que ha sido.


Ya no soy nada,

ya nada queda,

la luz atroz del invierno

me estremece.

Manuel Vilariño

La rosa de los vientos Mägo de Hoz

martes, 20 de noviembre de 2007

Jerigóndor (Jabberwocky)


Cocillaba el día y las tovas agilimosas
giroscopaban y barrenaban en el larde.
Todos debirables estaban los burgovos,
y silbramaban las alecas rastas.

“Cuídate, hijo mío, del Jerigóndor,
que sus dientes muerden y sus garras agarran!
¡Cuídate del pájaro Jubjub, y huye
del frumioso zumbabadanas!”

Echó mano a su espada vorpal;
buscó largo tiempo al manxomo enemigo,
descansó junto al árbol Tumtum,
y permaneció tiempo y tiempo meditando.

Y, estando sumido en irribumdos pensamientos,
surgió, con ojos de fuego,
bafeando, el Jerigóndor del túlgido bosque,
y burbulló al llegar!

¡Zis, zas! ¡Zis, zas! ¡Una y otra vez
tajó y hendió la hoja vorpal!
Cayó sin vida, y con su cabeza,
emprendió galofante su regreso.

“¿Has matado al Jerigóndor?
Ven a mis brazos, sonrillante chiquillo,
¡Ah, frazoso día! ¡Calós! ¡Calay!,”
mientras él resorreía de gozo.

Cocillaba el día y las tovas agilimosas
giroscopaban y barrenaban en el larde.
Todos debirables estaban los burgovos,
y silbramaban las alecas rastas.


Lewis Carroll

Kim Joon

miércoles, 14 de noviembre de 2007




Amistad a lo largo

martes, 13 de noviembre de 2007


Pasan lentos los días

y muchas veces estuvimos solos.

Pero luego hay momentos felices

para dejarse ser en amistad.


Mirad:

somos nosotros.


Un destino condujo diestramente

las horas, y brotó la compañía.

Llegaban noches. Al amor de ellas

nosotros encendíamos palabras,

las palabras que luego abandonamos

para subir a más:

empezamos a ser los compañeros

que se conocen

por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí. Pueden alzarse

las gentiles palabras

-ésas que ya no dicen cosas-,

flotar ligeramente sobre el aire;

porque estamos nosotros enzarzados

en mundo, sarmentosos

de historia acumulada,

y está la compañía que formamos plena,

frondosa de presencias.

Detrás de cada uno

vela su casa, el campo, la distancia.


Pero callad.

Quiero deciros algo.

Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.

A veces, al hablar, alguno olvida

su brazo sobre el mío,

y yo aunque esté callado doy las gracias,

porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.

Quiero deciros cómo trajimos

nuestras vidas aquí, para contarlas.

Largamente, los unos con los otros

en el rincón hablamos, tantos meses!

que nos sabemos bien, y en el recuerdo

el júbilo es igual a la tristeza.

Para nosotros el dolor es tierno.

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.


Jaime Gil de Biedma

Creación

domingo, 11 de noviembre de 2007

Algún día nos amamos

lunes, 5 de noviembre de 2007

Por la espesura de bayas y las islas de juncos, como a través de un mundo que sólo fuera cielo, oh firmamento invertido, la barca de nuestro amor se deslizaba. Radiantes como el día eran tus ojos, radiante la corriente fluía y era radiante el alto cielo. Días de abril, aires del Edén...Cuando murió la gloria en el dorado crepúsculo, brillante ascendió la luna, y llenos de flores al hogar regresamos. Radiantes fueron tus ojos esa noche, habíamos vivido, oh amor...Oh amor mío, habíamos amado. Ahora el hielo aprisiona nuestro río, con su blancura cubre la nieve nuestra isla, y junto a la lumbre invernal Joan y Darby dormitan y sueñan. Sin embargo, en el sueño, fluye el río y la barca del amor aún se desliza...Escucha el sonido del remo al cortar sus aguas. Y en las tardes de invierno cuando la fantasía sueña en el crepitar de la chimenea, en sus oídos de viejos enamorados el río de su amor canta en los juncos. Oh amor mío, ama el pasado, pues algún día fuimos felices y algún día nos amamos.

Robert Louis Stevenson

Quiero dormir un rato, F. García Lorca

viernes, 2 de noviembre de 2007


Crisantemos, 1

jueves, 1 de noviembre de 2007

¿Acaso reirás
en la hora sangrienta de la guerra?
Fumío Haruyama

Hoy bajan a tus hombros
crisantemos.
Llegan, se anuncian, dicen hola
- crisantemos -,
dicen recuerda y vuélvete a la vida,
hubo tal vez distancias
o besos con sabor
a crisantemos.

Y pájaros amargos, aves ciegas
en bandada emigrante.
Te nazco hacia el futuro
y los pulsos me gritan
---crisantemos---
temblando de ansiedad.

Hoy me acuerdo de vientos y de lenguas,
echo el ancla, decido,
rompo espejos y cartas,

despierto crisantemos.

Juan Ruiz de Torres (1982)

Regaré con lágrimas tus pétalos


Me debes sólo una sonrisa

martes, 30 de octubre de 2007

Sonrisa, Pablo Genovés

Me debes sólo una sonrisa,
si crees que te he ayudado.
Me debes una sonrisa
por estar siempre a tu lado.

Y las lágrimas
‘gotas de amargura
que bañan tu día a día’.

Y la amargura
‘mueca de dolor
que pone el alma
a la tristeza’…,

se irán.

Y por dura que sea la caída,
te levantaré, tendida mi mano.
Y cuando creas no encontrar salida,
inventaremos puertas, y en el rellano,
te susurraré como una brisa:
‘Me debes solo una sonrisa’.

Txus Di Fellatio

Amén

lunes, 29 de octubre de 2007


Que te acoja la muerte

con todos tus sueños intactos.

Al retorno de una furiosa adolescencia,

al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,

te distinguirá la muerte con su primer aviso.

Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,

te iniciará en su constante brisa de otro mundo.

La muerte se confundirá con tus sueños

y en ellos reconocerá los signos

que antaño fuera dejando,

como a un cazador que a su regreso

reconoce sus marcas en la brecha


Álvaro Mutis

El inglés que subió una colina y bajo una montaña

sábado, 27 de octubre de 2007

Grandeza

viernes, 26 de octubre de 2007

¿Cómo puede costar tanto?
¿Cómo nos puede costar olvidarte?
¿Cómo si no te conocimos?
¿Cómo si sólo te escuchamos?

Sólo sé, que siento dolor,
Y que el dolor no cesa
Porque se ha ido un grande
El auténtico Grande de España.

Grande sobre todo de corazón,
Grande en conocimiento,
Grande de voz maestra,
Grande de la comunicación.

Ojalá tus palabras
Nos hagan entrar en razón
Y se haga verdadera
Tu consigna: ¡Fuerza y Honor!

Donde la noche

miércoles, 24 de octubre de 2007


Donde la noche se enamora del misterio,

y envuelve con su capa

a esas almas heridas de soledad,

para que no mueran de frío.

Donde la noche se transforma en una voz

y acuna la imaginación

y los sueños de libertad.

Donde la esperanza pasea de la mano del saber.

Donde te espero, en la Rosa de los Vientos.

Las palabras del Jefe Indio


¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra?
Dicha idea nos es desconocida.
Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas
¿Cómo podrían ustedes comprarlos? Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo.
Cada brillante mata de pino,
cada grano de arena de las playas,
cada gota de rocío en los oscuros bosques,
cada altozano y hasta el sonido de cada insecto
es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo.
La savia que circula por las venas de los árboles
lleva consigo las memorias de los pieles rojas.
Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen
cuando emprenden sus paseos por las estrellas; en cambio,
nuestros muertos nunca pueden olvidar esa bondadosa tierra,
puesto que es la madre de los pieles rojas.
Somos parte de la tierra y así mismo, ella es parte de nosotros.
Las flores perfumadas son nuestras hermanas;
el venado, el caballo, la gran águila; estos son nuestros hermanos.
Las escarpadas peñas, los húmedos prados,
el calor del cuerpo del caballo y el hombre,
todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello cuando el Gran Jefe de Washington nos envía
el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras dice que nos reservará
un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros.
El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos.
Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras.
Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.
El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua,
sino, también, representa la sangre de nuestros antepasados.
Si le vendemos nuestra tierra deben recordar que es sagrada
y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada
y cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos
cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes.
El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed;
son portadores de nuestras canoas
y alimentan a nuestros hijos.
Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos
que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto,
deben tratarlos con la misma dulzura con la que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida.
El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro,
ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita.
La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una vez conquistada
sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle.
Le secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa, tanto
la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados.
Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos
que se compran, se explotan y se venden como ovejas o piedras de colores.
Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solo un desierto.
No se, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes.
La sola visita de sus ciudades apena los ojos del piel roja.
Pero quizá sea por que el piel roja es un salvaje y no comprende nada.
No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco,
ni hay sitio donde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera
o como aletean los insectos.
Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada.
El ruido solo parece insultar nuestros oídos.
Y después de todo, ¿para que sirve la vida si el hombre no puede escuchar
el grito solitario del chotacabras no las discusiones nocturnas de las ranas
al borde de un estanque?.
Soy un piel roja y nada entiendo.
Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque,
así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o
perfumado con aromas de pinos. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja,
ya que todos los seres comparten un mismo aliento,
la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire.
El hombre blanco no parece consciente del aire que respira;
como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al olor.
Pero si les vendemos nuestras tierras, deben recordar que el aire nos es inestimable,
que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene.
El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida
también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras,
ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada,
como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear
el viento perfumado por las flores de las praderas.
Por ello, consideramos su oferta de comprar nuestras tierras
y si decidimos aceptarla yo pondré una condición:
el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida.
He visto a miles de búfalos pudrirse en las praderas,
muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha.
Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante
puede importar mas que el búfalo, al que nosotros solo matamos para sobrevivir.
¿Qué sería del hombre sin los animales?
Si todos fueran exterminados, el hombre moriría de una gran soledad espiritual;
porque lo que suceda a los animales también le sucederá al hombre, todo va enlazado.
Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos.
Inculquen a sus hijos que la tierra esta enriquecida
con las vidas de nuestros semejantesa fin que sepan respetarla.
Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros
que la tierra es nuestra madre;
y que todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra.
Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos.
Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra.
Esto sabemos: todo va enlazado, como la sangre que une una familia.
Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra.
El hombre no tejió la trama de la vida; él solo es un hijo.
Lo que hace con la trama se los hace a si mismo.
Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo,
queda exento del destino común.
Después de todo quizá seamos hermanos.Ya veremos.
Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra algún día:
nuestro Dios es el mismo Dios.
Ustedes pueden pensar ahora que El les pertenece,
lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan, pero no es así.
El es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual
entre el piel roja y el hombre blanco.
Esta tierra tiene un valor inestimable para El,
y si se daña se provocaría la ira del Creador.
También los blancos se extinguirán, quizá antes que las demás tribus.
Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos.
Pero ustedes caminaran hacia su destrucción rodeados de gloria,
inspirados por la fuerza de Dios que os trajo a esta tierra y que
por algún designio especial, les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja.
Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué
se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan
los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres
y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.
¿Donde está el matorral? Destruido.
¿Dónde está el águila? Desapareció.
Termina la vida y empieza la supervivencia.
Noah Sealth (1786-1866)

La poesía es un arma cargada de futuro

martes, 23 de octubre de 2007

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

más se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmando,

como un pulso que golpea las tinieblas,

que golpea las tinieblas.


Cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades;

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,

piden ser, piden ritmo,

piden ley para aquello que sienten excesivo,

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,

como mágica evidencia, lo real se nos convierte

en lo idéntico a sí mismo.


Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto,

para ser y en tanto somos, dar un sí que glorifica.


Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.


Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quién no toma partido

partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas.

Siento en mí a cuantos sufren,

y canto respirando.

Canto y canto y cantando más allá de mis penas,

de mis penas

personales, me ensancho.


Quiero daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso, con técnica que puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesia: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.


No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.


Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre

Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Gabriel celaya

El gran Cebri

lunes, 22 de octubre de 2007

En ocasiones la barbarie, la guerra o el egoísmo de algunos congéneres ponen en un difícil trance cualquier comprensión hacia la conducta de la raza humana. No obstante, existen casos asombrosos de altruismo y generosidad que nos invitan a una reconciliación fraternal con nuestra especie.
En todas las culturas ancestrales se propone, como esencia de su raíz, la elección entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, los demonios o los ángeles. Dichos posicionamientos son una constante en el devenir de la cronología humana. Unos eligen lo que entendemos como lado maligno y, en ese sentido, destruyen, matan, violan, torturan..... Lo hacen en calidad de misántropos, gente sin escrúpulos que incita al odio y a la hecatombe. Sin embargo, en contraposición a éstos terribles seres, se encuentran los que optan por el bien, grandes benefactores, que, gracias a su ímprobo esfuerzo y tesón, consiguen de nosotros una clamorosa sonrisa de agradecimiento por su entrega abnegada en causas de claro impulso para nuestra forma de vida. Investigadores, médicos, escritores, exploradores de tierras ignotas, gobernantes dedicados por entero a su pueblo.....Sí, amigos, estos personajes existieron y existen, los pueden ver hoy en día entre nosotros, acaso son anónimos y, en consecuencia, poco valorados individualmente, pero no duden que algún día, dentro de muchos años, alguien similar a mí les rendirá homenaje escribiendo sobre ellos.
Demos otra oportunidad a nuestra civilización, pues sinceramente pienso que a pesar de los muchos desmanes y tropelías cometidos por nuestra frágil tribu, aún reservamos argumentos y sentimientos suficientes para defender que todavía merecemos la pena.

Juan Antonio Cebrián

Tributo a Juan Antonio Cebrián

domingo, 21 de octubre de 2007

Yo quisiera ser niña

sábado, 20 de octubre de 2007


Yo quisiera ser niña

para acoplar las nubes a distancia

(Claudicadoras altas de la forma),



Para ir a la alegría por lo pequeño

y preguntar,

como quien no lo sabe

el color de las hojas

¿Cómo era?



Para ignorar lo verde,

el verde mar,



La respuesta salobre del ocaso en retirada,

el tímido gotear de los luceros

en el muro vecino,



Ser niña

que cayera de pronto

dentro de un tren con ángeles,

que llegaban así, de vacaciones

a correr un poquito por las uvas,

o por nocturnos

fugados de otras noches

de geometrías más altas.



Pero ya, ¿que he de ser?

Si me han nacido estos ojos tan grandes,

y esos rubios quereres de soslayo.



Cómo voy a ser ya

esa que quiero yo niña de verdes,

niña vencida de contemplaciones,

cayendo de sí misma sonrosada,

... si me dolió muchísimo decir

para alcanzar de nuevo la palabra

que se iba,

escapada saeta de mi carne,



y me ha dolido mucho amar a trechos

impenitente y sola,

y hablar de cosas inacabadas,

tinas cosas de niños,

de candor disimulado,

o de simples abejas,

enyugadas a rosarios tristes.



O estar llena de esos repentes

que me cambian el mundo a gran distancia,



Cómo voy a ser ya,

niña en tumulto,

Forma mudable y pura,

o simplemente, niña a la ligera,

divergente en colores

y apta para el adiós

a toda hora.

Eunice Odio

Caspar David Friedrich

jueves, 18 de octubre de 2007

El tigre

miércoles, 17 de octubre de 2007

Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué profundidades distantes, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?
¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?
¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque? ¿Qué tremendas garras osaron sus mortales terrores dominar?
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzasy bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?
Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?

William Blake

Collar de moscas- Bigas Luna, 2002

martes, 16 de octubre de 2007


El valor de una firma

miércoles, 10 de octubre de 2007

Arquitectura

martes, 9 de octubre de 2007


Yo voy a considerar arquitecto a aquel que con método y
procedimiento seguro y perfecto sepa proyectar racionalmente
y realizar en la práctica, mediante el desplazamiento de las cargas
y la acumulación y conjunción de los cuerpos, obras que se
acomoden perfectamente a las más importantes necesidades
humanas. A tal fin, requiere el conocimiento y dominio de
las mejores y mas altas disciplinas. Así deberá ser el arquitecto.
León Battista Alberti

Territorio

lunes, 8 de octubre de 2007


El tiempo tambien es un territorio. A cierta edad el tiempo que te quede por vivir será tu único patrimonio. Mientras seas joven no pasa nada si parte de ese patrimonio lo cedes de buen grado a otra persona, si lo malgastas o, incluso, si permites que cualquier idiota te lo arrebate. La vida te dará todavía algunas oportunidades para recuperarlo. Pero cuando el caudal empiece a agotarse no deberás permitir que nadie interfiera, fiscalice o coarte ese tiempo de tu exclusiva propiedad. Cualquiera puede ser rey de ese territorio invisible, solo que para llegar a dominarlo hay que dar un golpe de estado: si pierdes esa batalla ya no serás nadie. Un día, tal vez a causa de una depresión o porque el dedo de un ángel te haya tocado la frente, tendrás la evidencia del valor del tiempo que te queda antes de disolverte en el espacio. Será lo más parecido a una revelación. De pronto, descubrirás un hecho tan simple como éste: que la vida te pertenece a ti y a nadie más. Debes saber que nadie te va a agradecer el haber cedido la soberanía si no fue por tu gusto y placer. Habrás sido un esposo fiel, un padre ejemplar, una hormiga de oro para la empresa y un ciudadano honorable, pero no serás el tipo que un día decidió ser libre, ya que el tiempo también es la libertad. A partir de una edad no intentes volar en un ala delta ni correr los cien metros lisos a menos que te pongan un féretro en la meta. Hay retos más difíciles que uno debe afrontar cuando ya se divisa un gato negro en la línea del horizonte. Dios creó el tiempo, pero dejó que nosotros hiciéramos las horas. Ese pequeño territorio de cada día será imposible de gobernar si el tiempo no es tuyo y no eres tú quien marca las horas para regalarlas y compartirlas con esa clase de personas que te hacen crecer por dentro. Esa dádiva también será tu salvación.
Estas cosas le decía el Maestro al discípulo mientras paseaban una noche muy oscura por una ciudad abandonada. Al llegar a una plaza el discípulo creyó que había salido la luna llena sobre los tejados, pero sólo era la esfera iluminada del reloj de una torre, donde también había una veleta oxidada en forma de gallo. En ese momento sonaron doce campanadas y el maestro le hizo obervar al discípulo que aquel reloj no tenía agujas ni números. Su esfera parecía la córnea de un ojo que les miraba en la oscuridad. El tiempo también es el silencio, de modo que a una edad lo más sabio a veces es callar, pero nunca obedecer, dijo el Maestro. El gallo oxidado de la veleta cantó anunciando la madrugada.
Manuel Vicent

Engranaje vital

viernes, 5 de octubre de 2007


Oración del Hermano

jueves, 4 de octubre de 2007


Oh Señor, haz de mi un instrumento de tu paz:
Donde hay odio, que yo lleve el amor.
Donde hay ofensa, que yo lleve el perdón.
Donde hay discordia, que yo lleve la unión.
Donde hay duda, que yo lleve la fe.
Donde hay error, que yo lleve la verdad.
Donde hay desesperación, que yo lleve la esperanza.
Donde hay tristeza, que yo lleve la alegría.
Donde están las tinieblas, que yo lleve la luz.

Oh Maestro, haced que yo no busque tanto:
A ser consolado, sino a consolar.
A ser comprendido, sino a comprender.
A ser amado, sino a amar.

Porque:
Es dando, que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.

San Francisco de Asís

Los motivos del lobo

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbia, el terrible lobo.
Rabioso ha asolado los alrededores,
cruel ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.

Francisco salió: al lobo buscó en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: "¡Paz, hermano
lobo!" El animal
contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas
y dijo: "¡Está bien, hermano Francisco!"
"¡Como!" exclamó el santo. "¿Es ley que tu vivas
de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor?
¿No han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te han infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?"

Y el gran lobo, humilde: "¡Es duro el invierno,
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer, y busqué el ganado,
y en veces... comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor
a los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre, que iban a cazar"

Francisco responde: "En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"

"Está bien, hermano Francisco de Asís".
"Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata"
.El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.

Fueron a la aldea. La guente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, bajo la testa, quieto lo seguía
como un can de casa, o como un cordero.

Francisco llamó a la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: "He aqui una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya nuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios." "¡Así sea!"
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió la testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.

Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, torno a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.

Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mis querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
"En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote" -dijo "¡oh, lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho".

Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:

"Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas, empecé a ver que en todas las casas
estaban la envidia, la saña, la ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos,
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como una agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad".

El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: "Padre nuestro, que estás en los cielos..."
Rubén Darío