Yo quisiera

martes, 31 de julio de 2007

Yo quisiera ante ti deshojar mil rosas,
Y quemar el incienso en mil pebeteros de oro,
Acostarme a tus pies y, olvidando las cosas,
Contemplar tu semblante mientras llega la muerte.

Y cuando Ella llegue, inclínate sobre mi lecho,
Para que en el día del Gran Despertar tenga yo la felicidad
De sentir en mi boca tu beso vivo,
Y conservar tu dulzura toda la eternidad.

En ¿Qué? La eternidad.

Michel de Crayencour

El poder de la infancia

viernes, 27 de julio de 2007


—¡Que lo maten! ¡Que lo fusilen! ¡Que fusilen inmediatamente a ese canalla...! ¡Que lo maten! ¡Que corten el cuello a ese criminal! ¡Que lo maten, que lo maten...! —gritaba una multitud de hombres y mujeres, que conducía, maniatado, a un hombre alto y erguido. Este avanzaba con paso firme y con la cabeza alta. Su hermoso rostro viril expresaba desprecio e ira hacia la gente que lo rodeaba.
Era uno de los que, durante la guerra civil, luchaban del lado de las autoridades.
Acababan de prenderlo y lo iban a ejecutar.
"¡Qué le hemos de hacer! El poder no ha de estar siempre en nuestras manos. Ahora lo tienen ellos. Si ha llegado la hora de morir, moriremos. Por lo visto, tiene que ser así", pensaba el hombre; y, encogiéndose de hombros, sonreía, fríamente, en respuesta a los gritos de la multitud.
—Es un guardia. Esta misma mañana ha tirado contra nosotros —exclamó alguien.
Pero la muchedumbre no se detenía. Al llegar a una calle en que estaban aún los cadáveres de los que el ejército había matado la víspera, la gente fue invadida por una furia salvaje.
—¿Qué esperamos? Hay que matar a ese infame aquí mismo. ¿Para qué llevarlo más lejos?
El cautivo se limitó a fruncir el ceño y a levantar aún más la cabeza. Parecía odiar a la muchedumbre más de lo que ésta lo odiaba a él.
—¡Hay que matarlos a todos! ¡A los espías, a los reyes, a los sacerdotes y a esos canallas!
Hay que acabar con ellos, en seguida, en seguida... —gritaban las mujeres.
Pero los cabecillas decidieron llevar al reo a la plaza.
Ya estaban cerca, cuando de pronto, en un momento de calma, se oyó una vocecita infantil, entre las últimas filas de la multitud.
—¡Papá! ¡Papá! —gritaba un chiquillo de seis años, llorando a lágrima viva, mientras se abría paso, para llegar hasta el cautivo—. Papá ¿qué te hacen? ¡Espera, espera! Llévame contigo, llévame...
Los clamores de la multitud se apaciguaron por el lado en que venía el chiquillo. Todos se apartaron de él, como ante una fuerza, dejándolo acercarse a su padre.
—-¡Qué simpático es! —comentó una mujer.
—¿A quién buscas? —preguntó otra, inclinándose hacia el chiquillo.
—¡Papá! ¡Déjenme que vaya con papá! —lloriqueó el pequeño.
—¿Cuántos años tienes niño?
—¿Qué van a hacer con papá?
—Vuelve a tu casa, niño, vuelve con tu madre —dijo un hombre.
El reo oía ya la voz del niño, así como las respuestas de la gente. Su cara se tornó aún más taciturna.
—¡No tiene madre! —exclamó, al oír las palabras del hombre.
El niño se fue abriendo paso hasta que logró llegar junto a su padre; y se abrazó a él.
La gente seguía gritando lo mismo que antes: "¡Que lo maten! ¡Que lo ahorquen! ¡Que fusilen a ese canalla!"
—¿Por qué has salido de casa? —preguntó el padre.
—¿Dónde te llevan?
—¿Sabes lo que vas a hacer?
—¿Qué?
—¿Sabes quién es Catalina?
—¿La vecina? ¡Claro!
—Bueno, pues..., ve a su casa y estáte ahí... hasta que yo... hasta que yo vuelva.
—¡No; no iré sin ti! —exclamó el niño, echándose a llorar.
—¿Por qué?
—Te van a matar.
—No. ¡Nada de eso! No me van a hacer nada malo.
Despidiéndose del niño, el reo se acercó al hombre que dirigía a la multitud.
—Escuche; máteme como quiera y donde le plazca; pero no lo haga delante de él — exclamó, indicando al niño—. Desáteme por un momento y cójame del brazo para que pueda decirle que estamos paseando, que es usted mi amigo. Así se marchará. Después..., después podrá matarme como se le antoje.
El cabecilla accedió. Entonces, el reo cogió al niño en brazos y le dijo:
—Sé bueno y ve a casa de Catalina.
—¿Y qué vas a hacer tú?
—Ya vez, estoy paseando con este amigo; vamos a dar una vuelta; luego iré a casa. Anda, vete, sé bueno.
El chiquillo se quedó mirando fijamente a su padre, inclinó la cabeza a un lado, luego al otro, y reflexionó.
—Vete; ahora mismo iré yo también.
—¿De veras?
El pequeño obedeció. Una mujer lo sacó fuera de la multitud.
—Ahora estoy dispuesto; puede matarme —exclamó el reo, en cuanto el niño hubo desaparecido. Pero, en aquel momento, sucedió algo incomprensible e inesperado. Un mismo sentimiento invadió a todos los que momentos antes se mostraron crueles, despiadados y
llenos de odio.
—¿Sabéis lo que os digo? Debíais soltarlo —propuso una mujer.
—Es verdad. Es verdad —asintió alguien.
—¡Soltadlo! ¡Soltadlo! —rugió la multitud.
Entonces, el hombre orgulloso y despiadado que aborreciera a la muchedumbre hacía un instante, se echó a llorar; y, cubriéndose el rostro con las manos, pasó entre la gente, sin que nadie lo detuviera.


León Tolstoi

Tiempo de los antídotos

La edad me ha ido dejando
sin venenos, malgasté poco a poco
esa fortuna,

¿qué más puedo perder?

Es el tiempo ruin de los antídotos.
Materia devaluada, la aventura
disiente de ella misma y se aminora.
Ya sólo quedan rastros de peligros,
una zona prohibida apenas frecuentada,
la pauta exigua de lo inconfesable,
cierto amargo fugaz de furia y desacato.

La osadía de bordes delictivos,
los deseos gastados
en los turbios dispendios de la infidelidad,
la virtud y la inercia depravada,
el amor desangrándose
como un licor impuro, la excitante
trastienda de la noche,

¿qué se hicieron?

Los años, ay de mí, me han desmentido.

José Manuel Caballero Bonald

El mundo de la seguridad

Educados en el silencio, la tranquilidad y la austeridad,
de repente se nos arroja al mundo;
cien mil olas nos envuelven,
todo nos seduce, muchas cosas nos atraen,
otras muchas nos enojan, y de hora en hora
titubea un ligero sentimiento de inquietud;
sentimos y lo que sentimos
lo enjuaga la abigarrada confusión del mundo.
GOETHE

A Ana

jueves, 26 de julio de 2007


Día extraño que

en trabajoso pecho

absorbe los celos

de pasiones lejanas,


Miradas dulces que

al tiempo de muchos

olería a espuma

de no ser por tus ojos.


Verdades en fines

aún acompañada

de amigos tibios...

sin culpa


Soles como tu cara

y sin tiempo

a quejarse...

hola.

Legna Lisat

Sé todos los cuentos

miércoles, 25 de julio de 2007

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan
con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan
con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran
con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
León Felipe

Palabras sabias

sábado, 21 de julio de 2007



"Digo otra vez que no tengo discípulos... Cada uno de vosotros puede ser discípulo de la verdad si entiende que la verdad es no seguir a individuos. ¿No es más simple hacer de la vida misma la meta, el guía, el maestro y el Dios, que tener intermediarios, gurus, quienes inevitablemente rebajan la verdad y por lo tanto la traicionan?.. No me citen después como una autoridad. Rehuso ser para ustedes una muleta. No voy a dejar que me pongan en una jaula para adorarme."

"Sostengo que la verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta... Sólo estoy interesado en una cosa esencial: hacer que el hombre sea libre. Deseo liberarlo de todas las jaulas, de todos los temores, y no fundar nuevas religiones, nuevas sectas, ni establecer nuevas teorías y nuevas filosofías".

" La verdadera sencillez, la sencillez fundamental, sólo puede originarse en el fuero íntimo; y de ahí proviene la expresión externa. Cómo ser sencillos es entonces nuestro problema; porque esa sencillez nos hace más y más sensibles. Una mente sensible, un corazón sensible son esenciales, pues así uno es capaz de percepción rápida, de pronta captación.
Es, pues, indudable, que sólo se puede ser interiormente sencillo cuando uno comprende los innumerables impedimentos, apegos, temores, que a uno lo tienen sujeto.
Pero a la mayoría de nosotros nos gusta estar sujetos a las personas, a las posesiones, a las ideas. Nos gusta ser prisioneros. Interiormente somos prisioneros, aunque en lo externo parezcamos muy sencillos. Interiormente somos prisioneros de nuestros deseos, de nuestros apetitos, de nuestros ideales, de innumerables móviles.
Y la sencillez no puede hallarse, a menos que seamos interiormente libres.
Ella, por lo tanto, ha de empezar primero en lo interno, no en lo exterior... "

Jiddu Krishnamurti

Fragmentos de "La libertad primera y última"

Cantando un sueño

A veces me pregunto si estoy herido,
por algo que me duele o me ha dolido
y si algo se me pierde o está perdido,
en cosas que estoy siendo o en las que he sido.

Y entonces me respondo que las heridas
son condecoraciones muy escondidas
y si he perdido cosas en la partida,
estoy sumando historias para la vida.

Por eso empiezo el día
cantando un sueño,
la luz de la alegría
no tiene dueño.

A veces me pregunto si me he olvidado,
de todos los olvidos que me han dejado
y si ha quedado el árbol muy desgajado,
con pájaros de arena y amor gastado.

Y entonces me respondo que los olvidos
son faros que en la sangre llevo encendidos
y el árbol generoso no está perdido,
le brotan los gorriones que siempre han sido.

Hamlet Lima Quintana

Submission

viernes, 20 de julio de 2007

Ave, dea, moriturus te salutat

martes, 17 de julio de 2007


La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,
trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened
luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
aves hechas de luz en los bosques sombríos.
Más cercanos, Judith, están nuestros destinos
de lo que se supone al ver nuestros dos rostros;
el abismo divino aparece en tus ojos,
y yo siento la sima estrellada en el alma;
mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,
tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.

Victor Hugo

Una canción en la tormenta

lunes, 16 de julio de 2007

Rembrandt "Tormenta en el mar de Galilea"

Asegúrate bien de que a tu lado peleen
los océanos eternos, aunque esta noche
el viento en contra y las mareas
nos hagan su juguete.
A fuerza de tiempo, no de guerra,
en medio del peligro nos guiamos:
Sea bienvenido entonces la descortesí del Destino
dondequiera que aparezca
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestra salvación,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.

De la niebla salen rumbo a la tiniebla
las olas que brillan y ser encrespan.
Casi estas aguas sin conciencia se comportan
como si tuvieran alma
casi como si hubieran pactado sumergir
nuestra bandera debajo de sus aguas verdes:
sea bienvenida entonces la descortesía del Destino
dondequiera que pueda verse, etc

Asegúrate bien, a pesar de que las olas y el viento
en reserva guardan ráfagas aún más poderosas,
que los que cumplimos las guardias asignadas
ni por un instante descuidemos la vigilancia.
Y mientras nuestra proa flotando rechaza
cada carrera frustrada de las olas,
canta, sea bienvenida la descortesía del Destino
dondequiera que se desvele, etc.

No importa que sea barrida la cubierta
y se rompan la arboladura, el maderamen
de cualquier pérdida podemos sacar provecho
salvo la pérdida del regreso.
Por eso entre estos Diablos y nuestra astucia
deja que la cortesía de las trompetas suene,
y que sea bienvenida la descortesía del Destino,
dondequiera que se encuentre, etc.

Asegúrate bien, aunque en poder nuestro
nada quede para dar
salvo sitio y fecha para encontrar el fin,
y deja de esforzarte por vivir,
que hasta que éstos se disuelvan, nuestra Orden se mantiene,
nuestro Servicio aquí nos ata.
Sea bienvenida entonces la descortesía del Destino,
dondequiera que aparezca,
en todo tiempo de angustia y también
en el de nuestro triunfo,
el juego vence siempre al jugador
y el barco a su tripulación.
Joseph Rudyard Kipling (1865-1936)

Al otro lado de las montañas

domingo, 15 de julio de 2007


Alguien dijo que había ciudades para soñar

al otro lado de las montañas.

No dijo si estaban suspendidas en el aire,

sumergidas en las lagunas,

o perdidas en el corazón del bosque.

Los que allá fueron nada encontraron,

ni altas torres ni jardines

ni mujeres hilando en el atrio,

ni un muchacho aprendiendo a tocar la gaita.

Solo yo traje algo para seguir soñando

algo visto y no visto en la niebla de la mañana,

algo que era una flor o un mirlo de oro

o un pie descalzo de mujer,

un sueño de otro que se ponía a dormir en mi,

echado en mis ojos,

pidiéndome que lo soñase mas allá de las montañas,

donde no hay ciudades para soñar.

Y ahora mi oficio es soñar, y no se

si soy yo quien sueño, o es que por mi sueñan

campos, miradas azules, palomas que juegan con un niño,

o una mano pequeña y fría que me acaricia el corazón.
Alvaro Cunqueiro

Pamplona

sábado, 7 de julio de 2007