Entonces te haré el amor

domingo, 27 de abril de 2008


Cuando vuelva de la guerra,

Volveré en pedazos,

Desordenado, confundido.

Estaré como volado,

Hasta un poco perdido

Cuando vuelva de la guerra.

Me tropezaré por la calle

Intentando andar de cabeza

Usaré guantes en los pies

Viseras en las manos

Te abrazaré con las rodillas.

Una cantidad de proezas.

Cuando vuelva de la guerra

Olvidaré mi nombre, mi edad

No me reconoceré al espejo

Ni sabré cuando es el momento de callar.

Cuando vuelva de la guerra,

Apabullado y rendido

Con los ojos rotos

Y el corazón entumecido,

No tendré manos para tocarte

No tendré piernas para caminar contigo

No tendré nada para darte

Es posible que no me reconozcas

Cuando vuelva de la guerra.

Pero una cosa te prometo:

Reconoceré tu rostro.

Recordaré tu nombre.

Sabré aún quien eres,

Cuando vuelva a ti

Cuando vuelva de la guerra.

Pero estaré confundido

Cuando vuelva es posible que te muera

Porque entonces te haré el amor,

Entristecido,

Porque te mataré de pena al verme,

Cuando vuelva de la guerra.

Valeria Constanza Martina

Josef Sudek

miércoles, 23 de abril de 2008




Pequeño poema infinito

martes, 22 de abril de 2008

Lorca por Eduardo Naranjo


Para Luis Cardoza y Aragón.

 

Equivocar el camino

es llegar a la nieve

y llegar a la nieve

es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.

 

Equivocar cl camino

es llegar a la mujer,

la mujer que no teme la luz,

la mujer que mata dos gallos en un segundo,

la luz que no teme a los gallos

y los gallos que no saben cantar sobrela nieve.

 

Pero si la nieve se equivoca de corazón

puede llegar el viento Austro

y como el aire no hace caso de los gemidos

tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

 

Yo vi dos dolorosas espigas de cera

que enterraban un paisaje de volcanes

y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.

 

Pero el dos no ha sido nunca un número

porque es una angustia y su sombra

porque es la guitarra donde el amor se desespera,

porque es la demostración de otro infinito que no es suyo

y es las murallas del muerto

y el castigo de la nueva resurrección sin finales.

Los muertos odian el número dos

pero el número dos adormece a las mujeres

y como la mujer teme la luz

la luz tiembla delante de los gallos

y los gallos sólo saben volar sobre la nieve

tendrémos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.


Federico García Lorca

Nueva York, 10 de enero de 1930.

La economía es una ciencia


En el decenio que siguió a la crisis notó la declinación del coeficiente de ternura
en todos los países considerados
o sea
tu país
mí país
los países que crecían entre tu alma y mi alma
de repente duraban un instante y antes de irse
o desaparecer dejaban caer sábanas
llenas de nuestros sexos
que salían volando alrededor como perdices.
¿Quiere decir que cada vez que hicimos el amor
dejábamos nuestros sexos allí,
y ellos seguían vivitos y coleando como perdices suavísimas?
Qué raro, mirá que lavábamos las sábanas
con subordinación y valor
para que los jugos de la noche pasada
no inauguraran el pasado
y ningún pasado pusiera una oficina entre nosotros
para ordenarnos el hoy
porque el alma amorosa es desordenada y perfecta
tiene mucha limpieza y lindura
se necesita todo un Dios para encerrarla
como le pasó a Don Francisco
que así pudo cruzar el agua fría de la muerte.
Es bien raro eso de nuestros sexos volando
pero recuerdo ahora que cada vez que yo entraba en tu sexo
y me bañaban tus espumas purísimas con impaciencia
y dulzura y valor
me parecía oír un pajarerío en el bosque de vos
como amor encendiendo otro amor,
o más, es cierto que cada vez nuestros sexos resucitaban
y se ponían a dar vueltas entre ellos
como maripositas encandiladas por el fuego
y se querían morir de nuevo buscando incesantemente la libertad
y había un país entre la vida y la muerte
donde todo era consolación y hermosura
y no poseíamos nuestro corazón
y nuestros sexos se perdían como almas en la noche
y nunca más los volvíamos a ver para entender
estudio los índices de la tasa de inversión bruta
los índices de la productividad marginal de las inversiones
los índices de crecimiento del producto amoroso
otros índices que es aburrido hablar aquí
y no entiendo nada.
La economía es bien curiosa
al pequeño ahorrista del alma lo engañan en wall street
los sueldos de la ternura son bajos
subsiste la injusticia en el mercado mundial del amor,
el aprendiz está rodeado de nubes que parecen elefantes,
eso no le da dicha ni desdicha
en medio de las razones
las redenciones
las resurrecciones.
Se lleva el alma a la nariz para sentir tus perjúmenes
estoy viendo volar los pajaritos que te salían del sexo
mejor dicho
de más allá todavía
de todo lo que valías
o brillabas
o eras
y dabas como jugos de la noche.

Juan Gelman

Ron Mueck

El juego en que andamos


Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

Juan Gelman

Robert Doisneau

lunes, 14 de abril de 2008







El diamante

sábado, 12 de abril de 2008


El diamante de una estrella

Ha rayado el hondo cielo,

Pájaro de luz que quiere

Escapar del universo

Y huye del enorme nido

Donde estaba prisionero

Sin saber que lleva atada

Una cadena en el cuello.

 

Cazadores extrahumanos

Están cazando luceros,

Cisnes de plata maciza

En el agua del silencio.

 

Los chopos niños recitan

La cartilla. Es el maestro

Un chopo antiguo que mueve

Tranquilo sus brazos viejos.

 

Ahora en el monte lejano

jugarán todos los muertos

a la baraja. ¡Es tan triste

la vida en el cementerio!

 

¡Rana, empieza tu cantar!

¡Grillo, sal de tu agujero!

Haced un bosque sonoro

Con vuestras flautas. Yo vuelo

Hacia mi casa intranquilo.

 

Se agitan en mi recuerdo

Dos palomas campesinas

Y en el horizonte, lejos,

Se hunde el arcaduz del día.

¡Terrible noria del tiempo!

 

Federico García Lorca, 1920