¡Han latido ya tantos corazones sobre la tierra!
Y los pequeños enseres replegados en sus armarios
Narran la siniestra y lamentable historia
De aquellos que en este mundo no encontraron amor.
La vajilla individual de los viejos solteros,
Los cubiertos mellados de la viuda de guerra,
¡Dios santo! Y los pañuelos de las señoritas viejas
El contenido de los armarios, ¡qué cruel es la vida!
Las cosas ordenaditas y la vida vacía
Y comprar, por la tarde, los restos del colmado
La tele puesta para no mirarla, comer sin apetito,
Y, por fin, la enfermedad, que lo hace todo más sórdido,
Y el cansado cuerpo que se deshace en la tierra,
Ese cuerpo sin amor que se apaga sin misterio.
Michel Houellebecq
Y los pequeños enseres replegados en sus armarios
Narran la siniestra y lamentable historia
De aquellos que en este mundo no encontraron amor.
La vajilla individual de los viejos solteros,
Los cubiertos mellados de la viuda de guerra,
¡Dios santo! Y los pañuelos de las señoritas viejas
El contenido de los armarios, ¡qué cruel es la vida!
Las cosas ordenaditas y la vida vacía
Y comprar, por la tarde, los restos del colmado
La tele puesta para no mirarla, comer sin apetito,
Y, por fin, la enfermedad, que lo hace todo más sórdido,
Y el cansado cuerpo que se deshace en la tierra,
Ese cuerpo sin amor que se apaga sin misterio.
Michel Houellebecq
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