Una vez metieron un elefante en un salón amplio y oscuro. En las oscuridad no se sabía de qué se trataba, porque las formas del paquidermo no se veían.
En la habitación entraron cuatro personas, invitadas por el dueño de la casa. El hombre conocía su reputación y sabía que eran grandes sabios. De modo que había decidido ponerles a prueba: ¿descubrirían que se trataba de un elefante a pesar de la oscuridad?«Ahora veremos si son tan sabios como dicen o si el conocimiento que se atribuyen es pura ficción», decía el hombre para sus adentros.
En el salón la oscuridad era total, y los sabios caminaban a tientas.Uno de ellos se acercó al elefante, le tocó una oreja y enseguida emitió su juicio:
—¡Está claro, amigos! ¡Es un abanico enorme!
Otro avanzó, en parte por ganas de discutir con su colega, y en parte porque la hipótesis le parecía apresurada.Pero él también exclamó enseguida que había comprendido qué clase de objeto era. Después de tocar una pata del elefante y comprobar que estaba dura, dijo que se trataba de una columna.
Le llegó el turno al tercer erudito, que en la oscuridad del salón tocó el lomo del elefante.
—¡Ya lo tengo! Los dos estáis equivocados, queridos colegas. No es un abanico ni una columna. ¡Es un trono, de un tamaño descomunal
!También él estaba convencido de sus afirmaciones y negaba las de los demás.
El último del grupo (que también era el más sabio) se acercó al elefante y acarició su tronco rugoso e imponente.
—¡Decís que es un abanico, una columna o un trono. Yo estaba a punto de decir que es... ¡pero me callo, porque no entiendo nada!
El dueño de la casa convocó a los sabios y les dijo cordialmente:
—No habéis sido capaces de descubrir que era un elefante, pero de todos modos me habéis dado una valiosa lección.
martes, 29 de mayo de 2007
RUMI
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