Ya comenzó ella la lanza por los montes,
gritando: arriba y adelante, guerreros.
Al moverse su cabeza oscura
suena sonora la cadena de mil cráneos colgados.
Como una torre aplastada las postreras llamas,
donde huye el día, rojos están los ríos de sangre.
Muertos innumerables flotan ya entre los juncos…
Blanquecinas los cubren las recias aves de la muerte.
Ahuyenta el fuego hacia la noche, a través de los campos,
un perro rojo, con un aullido de feroces fauces.
El mundo negro de las noches surge de las nieblas
en tanto los volcanes sus bordes iluminan.
Y los oscuros llanos salpicados están
con millares de gorros de dormir
y todo cuanto cruza corriendo por las calles
a las brasas lo arroja para atizar la llama.
Georg Heym (1887-1912)
gritando: arriba y adelante, guerreros.
Al moverse su cabeza oscura
suena sonora la cadena de mil cráneos colgados.
Como una torre aplastada las postreras llamas,
donde huye el día, rojos están los ríos de sangre.
Muertos innumerables flotan ya entre los juncos…
Blanquecinas los cubren las recias aves de la muerte.
Ahuyenta el fuego hacia la noche, a través de los campos,
un perro rojo, con un aullido de feroces fauces.
El mundo negro de las noches surge de las nieblas
en tanto los volcanes sus bordes iluminan.
Y los oscuros llanos salpicados están
con millares de gorros de dormir
y todo cuanto cruza corriendo por las calles
a las brasas lo arroja para atizar la llama.
Georg Heym (1887-1912)
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