La vida transcurre en buena parte así, como difuminada en velos de gasa, en movedizos bancales de nubes que todo lo disfrazan de paisaje. Engañados por el paisaje, por el rumor del viento que nunca llegará a ser palabra, así vivimos. Demasiadas concesiones a lo que consideramos obvio, excesiva confianza en que nada se mueve si no es delante de nuestras pestañas. Sin hueco para el asombro. No, ni siquiera las voces que resuenan en el patio a pesar de las ventanas cerradas a cal y canto al frío del invierno; ni siquiera a esas voces concedemos identidad, y son solo murmullo, ronroneo anónimo, en tanto no pronuncien nuestros nombres o nos trinquen de las solapas.
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