jueves, 28 de junio de 2007
No estarás en la calle
en el murmullo que brota de la noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes
ni en los libros prestados,
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás,
o en el color de un par de guanteso una blusa.
Me enojaré
amor mío
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás
y diré las cosas que sé decir
y comeré las cosas que sé comer
y soñaré los sueños que se sueñan.
Y se muy bien que no estarás
ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo,
ni allí afuera
en ese río de calles y de puentes.
No estarás para nada,
no serás mi recuerdo
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti.
domingo, 24 de junio de 2007
Te deseo también que tengas amigos,
y que, incluso malos e inconsecuentes,
sean valientes y fieles,
y que por lo menos haya uno
en quien puedas confiar sin dudar.
Y porque la vida es así,
te deseo también que tengas enemigos.
para que, algunas veces, te cuestiones tus propias certezas.
Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo,
Te deseo además, que seas útil, más no insustituible.
no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil,
sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente,
y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.
Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.
Te deseo de paso que seas triste.
que la risa habitual es sosa
Te deseo que descubras, con urgencia máxima,
por encima y a pesar de todo, que existen,
y que te rodean, seres oprimidos,
tratados con injusticia y personas infelices.
Te deseo que acaricies un gato,
erguir triunfante su canto matinal,
Deseo también que plantes una semilla,
Te deseo, además, que tengas dinero,
pongas algo de ese dinero frente a ti
Te deseo también que ninguno de tus afectos muera,
pero que si muere alguno,
puedas llorar sin lamentarte
Te deseo por fin que, siendo hombre, tengas una buena mujer,
AUTOR: VICTOR HUGO
sábado, 23 de junio de 2007
como se van las horas, como se va el tiempo
y no queda sino el sabor amargo de la despedida
el tenue instante de una mano diciendo adiós
sólo quedará el lamento desesperado
las lágrimas resbalando en mis mejillas
y un dolor, una herida, en mi pobre corazón.
Te vas y mientras te contemplo en la distancia
rememoro el dulce instante del encuentro
y los momentos pasados a tu lado
las palabras dichas, los besos robados
y me quedo sin futuro, sin presente, sin pasado
y una pregunta en el aire que ninguno de los dos
por mucho que pase el tiempo, acertará a contestar.
lunes, 18 de junio de 2007
a quitarte el trabajo o que he venido
a mezclar mi color con tu color
(a saber qué saldrá de todo eso,
te lo han dicho también, no me lo niegues),
que he venido a quedarme, qué sé yo,
con el pan de tu mesa y que retrasan
en Primero mis hijos a los tuyos,
antes de presentarnos ya me has puesto
un nombre que no es mío en vez, amigo,
de escucharte decir esta es mi mano,
hola, qué tal estás, sé bienvenido.
miércoles, 13 de junio de 2007
Las nubes bajas se disolvían lentamente en una continua lluvia que dejaba lágrimas cristalinas en las ramas deshojadas de los árboles.
Las casas de la aldea, con las paredes ennegrecidas, parecían agrandarse en la niebla. Cuando las ráfagas impetuosas de viento barrían el agua de la atmósfera, se veía, como al descorrerse un telón, las casas agrupadas del pueblo, por cuyas chimeneas escapaba con lentitud el humo de los hogares, a perderse en el ambiente gris que lo envolvía todo.
Precedido por el labriego que había venido a buscarme, comenzamos e internarnos en el monte. Yo montaba en un viejo caballo, que iba tropezando a cada momento. El camino se dividía en unos sitios en estrechísimas sendas, terminaba a veces en prados cubiertos de hierba amarillenta, esmaltada por las campanillas purpúreas de las digitales, y subía y bajaba los senderos al cruzar una serie de colinas que, como enormes olas, se presentaban bajo un monte, olas que fueron quizá cuando la tierra más joven era una masa fluida originada de una nebulosa.
Oscureció, y seguimos marchando. Mi guía encendió un farol.
A veces rompía el augusto silencio alguna canción del país, cantada por un labriego que segaba la hierba para las vacas. El camino bordeaba las heredades de los caseríos. El pueblo estaba cerca. Se le veía a lo lejos sobre una loma, y señal de su vida eran dos o tres puntos luminosos que brillaban en su montón sombrío de casas. Llegamos al pueblo, y seguimos adelante; la casa se hallaba más lejos, en un recodo del sendero. Estaba oculta entre viejas encinas, robles corpulentos y hayas de monstruosos brazos y de plateada corteza. Parecía mirar de soslayo hacia el camino y esconderse para ocultar su miseria.
Entré en la cocina del caserío; una vieja mecía en la cuna a un niño.
—El otro médico está arriba —me dijo.
Subí por una escalera al piso alto. De un cuarto cuya puerta daba al granero, escapaban lamentos roncos, desesperados, y un ¡ay, ené! , regular, que variaba de intensidad, pero que se repetía siempre.
Llamé, y el médico, mi compañero, me abrió la puerta. Del techo del cuarto colgaban trenzas de mazorcas de maíz; en las paredes, blancas por la cal, se veían dos cromos, uno de un Cristo y otro de la Virgen. Un hombre, sentado sobre un arca, lloraba en silencio; en el lecho, la mujer con la cara lívida, sin fuerzas más que para gemir, se abrazaba a su madre... Entraba libremente el viento en el cuarto por los intersticios de la ventana, y en el silencio de la noche resonaban potentes los mugidos de los bueyes...
Mi compañero me explicó el caso, y allá en un rincón hablamos los dos grave y sinceramente, confesando nuestra ignorancia, pensando únicamente en salvar a la enferma.
Hicimos nuestros preparativos. Se colocó en la cama a la mujer... Su madre huyó llena de terror…
Templé los fórceps en agua caliente, y los fui pasando a mi compañero, que colocó fácilmente una hoja del instrumento, después con más dificultad la otra; luego cerró el aparato. Entonces hubo, ayes, gritos de dolor, protestas de rabia, rechinamiento de dientes...; después mi compañero, tembloroso, con la frente llena de sudor, hizo un esfuerzo nervioso, hubo una pausa, seguida de un grito estridente, desgarrador...
Había terminado el martirio; pero la mujer era ya madre, y, olvidando sus dolores, me preguntó, tristemente:
—¿Muerto?
—No, no —le dije yo.
Aquella masa de carne que sostenía en mis manos nos vivía, respiraba. Poco después el niño gritaba, con un 'chillido agudo.
—¡Ay, ené! —murmuró la madre, envolviendo con la misma frase, que le servía para expresar sus dolores, todas sus felicidades...
Tras de un largo rato de espera, los médicos salimos de la casa. Había cesado de llover; la noche estaba húmeda y templada; por entre jirones de las negras nubes aparecía la luna iluminando un monte cercano con sus pálidos rayos. Caminaban por el cielo negros nubarrones, y el viento al azotar los árboles murmuraba como el mar oído desde lejos.
Mi compañero y yo hablábamos de la vida del pueblo; de Madrid, que se nos aparecía como un foco de luz, de nuestras tristezas y de nuestras alegrías. Al llegar al recodo del camino nos despedimos:
—¡Adiós! —me dijo él.
—¡Adiós! —le dije yo, y nos estrechamos la mano con la ilusión de dos amigos íntimos, y nos separamos.
martes, 12 de junio de 2007
Entendámonos sin ternuras, me parece que es la mascara tuya para no expresar lo que como mujer quiero, amo la ternura si, pero te deseo por entero, quiero que nos entendamos con palabras amorosas, pero recuerda cuando eran apasionadas que fácil que a un acuerdo llegábamos quizás porque el sentimiento era tan intenso que todo pasaba a ser algo sin importancia, llenábamos nuestra estancia de nuestra pasión y las palabras sobraban y en nuestros cuerpo el desacuerdo quedaba porque se disolvía con nuestros besos y caricias y los ecos desvanecidos de los años y lo que parecía un todo, se volvía nada, una ilusión en definitiva, hacer el amor nos apagaba el miedo y en el instante posterior llegaba el valor y todo volvía y empezaba con mas furor.
Entendámonos sin ternuras y demos un paseo por la finura que constituye ser un amor total sin divisiones territoriales con tutoriales en cada expresión que ha tenido desde antaño ese sello de nuestro amor que no se porque se te olvida, lo que no quiero es que se divida y que tu pasión me siga dando la vida y podamos comunicarnos en este tono porque es la garantía de que cada día nuestro amor continuara tan intenso como el que mas; amémonos mas y no desarmemos nuestro secreto, porque no es un decreto, siempre ha sido una espontaneidad motivada por nuestro apasionamiento y nuestra libertad.
VICTORIA LUCIA ARISTIZABAL
BOGOTA (COLOMBIA)
Que no resulten perfectos.
No quiero sumar errores
Que hagan restar afectos.
No cerrar mi corazón.
Cada oveja de mi rebaño
Pienso y con razón
Perderla ¿no me hace daño?
Las situaciones, el camino
El dolor, el amor
Las emociones, el destino…
Huir del resquemor
Es pisar con tino
Sin el menor temor
viernes, 8 de junio de 2007
Y los pequeños enseres replegados en sus armarios
Narran la siniestra y lamentable historia
De aquellos que en este mundo no encontraron amor.
La vajilla individual de los viejos solteros,
Los cubiertos mellados de la viuda de guerra,
¡Dios santo! Y los pañuelos de las señoritas viejas
El contenido de los armarios, ¡qué cruel es la vida!
Las cosas ordenaditas y la vida vacía
Y comprar, por la tarde, los restos del colmado
La tele puesta para no mirarla, comer sin apetito,
Y, por fin, la enfermedad, que lo hace todo más sórdido,
Y el cansado cuerpo que se deshace en la tierra,
Ese cuerpo sin amor que se apaga sin misterio.
Michel Houellebecq